Prólogo

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Hubo un tiempo donde la robótica era sinónimo de progreso y desarrollo tecnológico. Los países y las empresas contaban con una fuerte presencia de robots no solamente conseguían altos niveles de competitividad y productividad, sino también transmitían una
imagen de modernidad. En los países más desarrollados, las inversiones en tecnologías relacionadas con la robótica habían crecido de forma significativa y muy por encima de otros sectores.

Entonces, llegó.

Llegó el día donde todos empezaron a depender de la tecnología en su totalidad, una nueva sociedad robótica de consumo. El apego fue tal que se prefería hacer una vídeo llamada con alguien que se encontraba en el mismo sitio —a un paso— que verse las caras frente a frente. Y las máquinas observaron ese detalle.

Todos sumergidos en un mundo artificial. Uno egoísta. Se prefería consumir en la calle o el cuarto de su casa una pastilla —que contenía todas las bases de los nutrientes específicos para el cuerpo— a sentarse cenar en familia con platos de comidas con nombres que se desvanecían en la memoria con el tiempo. Y las máquinas observaron ese detalle.

La reproducción se desvió hacia el borde del abismo y las decisiones por ésta se fueron en picada. Los humanos prefirieron tener relaciones con robots denominados cyborgs. Todo por las enfermedades sexuales que con ese medio de copulación se evadía adquirirlas. ¿Y los descendientes? Aquellos fueron creados en laboratorio con ayuda de la vitrificación de óvulos como esperma. Solo bastaba que se unieran las partes y, si todo iba bien, un humano se creaba. Nuevamente, las máquinas observaron ese detalle.

No hubo vuelta atrás, una máquina dejó a un lado su ley de ser el servidor fiel del humano. Una se dedicó a observar y otras las siguieron. Se preguntaron, si tanto dependía el hombre de ellos, ¿por qué no hacer que eso sea haga en todo el sentido de la palabra?

Y sucedió.

Las máquinas se revelaron.
Los humanos fueron purgados.
Y se amoldó el proceso de creación humana a su beneficio.
Éstos se volvieron sus mascotas. Al final, el hombre depende de la máquina, irónico, ¿no? En una versión más minimalista, pero lo hace.

Al menos hasta que algo cambie.

Humano ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora