Capítulo XIV: Ocultos

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La mascota espera a su amo

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La mascota espera a su amo. Paciente. Obediente. Temerosa. Pero ella no es así. No puede gritar, porque —a pesar de lo que sabe y es consciente— tiene miedo. Coge a un humano y enciérralo en una jaula con serpientes alrededor. Su miedo no lo dejará gritar por ayuda, lo inmovilizará, lo hará obediente a un "no hagas nada, no te muevas" invisible, al menos hasta que su mente se aclare y sea capaz de razonar por una posible solución frente a su problema. ¡Bien! Empieza a juzgar a la humana en la etapa que tú posiblemente puedas llamar "¡Qué estúpida! ¿Por qué no hace nada? ¿Se va a quedar ahí como tonta?" Porque la mayor parte del tiempo servimos para juzgar y ver debilidades ajenas en vez de las nuestras.

Sugar truena sus dedos, mientras se recuesta al cristal que le da la visión de los puntos de luces neones que hay al final. El suelo. Justo ahí donde ya no sabe si es seguro pisar. En la noche todo es más vivo. En el pasado las estrellas no eran visibles en zonas poblacionales habituadas a las construcciones de edificios y fábricas, pero ahora las ve con asombro. Siente que puede tocarlas. Si supiera descifrar los patrones hasta se percataría de todas las constelaciones que se forma en el firmamento.

—¿Acaso vas a quedarte ahí toda la noche? —La pregunta sobresalta a Sugar.

Voltea.

La única razón que la mantiene despierta es la espera del chico que está a una distancia corta, cruzando sus brazos a la altura de su pecho. Él dijo "volveré" y qué tenía que hacer ella, pues esperarlo. Es su amo. Una parte profunda de su mente donde hay una habitación oscura, desecha, con paredes de moho y una silla de madera, en una esquina, donde se refugiaba cada vez que la enfermedad le daba señal de su presencia en su cuerpo, justo ahí, sabe que se siente una mierda. Una basura. Un animal. ¿Y los animales? ¿Dónde están? No ha visto ninguno ahora que se percata.

Si nosotros somos sus mascotas no me imaginó que rol cumplen ellos, aquel pensamiento se desliza como mantequilla en lo que alberga su lóbulo frontal.

—Te, e... es... pe... e... raba —Tartamudea. Se ordena a sí misma tener más control de sí. ¿Tartamudear? ¿Cuándo? Ella no es así—. Te esperaba.

El cyborg sonríe de lado con desgano. La información que tiene en sus manos desmorona todas las piezas de puzzle que se ha venido armando con los siglos de evolución robótica. Se quedará callado. No puede filtrar los datos. Cierra sus párpados a un minúsculo comando cerebral que se encuentra detrás de su oreja izquierda y ordena remoción de su movimiento espacio-tiempo de su última teletransportación junto a los "recuerdos". Un pinchazo semejante al rastro de un dolor cefálico barre con todo. 

Depurado. 

Amnesia.

Mira a Sugar. Su tiempo se detiene en él salvando la vida de Carrie, y ella entregándole su cornea, pero eso pasó de día y ahora al otro lado del cristal están las estrellas haciendo su espectáculo. Algo sucede. Sí, por supuesto que lo sabe. Introduce sus manos en los bolsillos de su pantalón para encontrar el objeto. No está. Se relaja.

Humano ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora