Capítulo XI: Evolución

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—Despierta. —El cyborg sacude delicadamente el hombro de su mascota.

El proceso químico al que estuvo sometida hace que Sugar no recuerda nada más que esa misma escena que se repite una y otra vez. Hay huellas en ese capítulo que se estampa en su memoria. El protagonista parece distante. Una Figura. Una pantalla. Unas últimas palabras que impactan. Decidí desconectarme de la red.

—¡No! —En la inmersión del grito y la sensación de miedo, Sugar abre sus ojos para verse dentro de una tina con un líquido similar a la leche. No siente frío. Calidez, eso podría definir parte de su temperatura.

A medida que reacciona su cuerpo se vuelve pesado. Estirado a lo largo con las manos dentro del líquido y juntadas a ambos costados de su torso. Solo su cabeza está fuera. Mira al chico. El chico. Es real. Tiembla. Los robots, los humanos siendo de mascotas de máquinas, personas tratan a otras como perros. No, eso está lejos de lo que esperaba a su despertar. Ese futuro no es capaz de soportar.

—Dime quién eres —demanda Sugar, al fijar su mirada en Erion que apoya sus brazos, doblándolos en el borde de la tina.

¿Quién soy? Replica en su procesador el cyborg.

El clima en toda la habitación es sosegado. Ni un ruido más que el respirar de Sugar. Los pequeños puntos de filtros de aire adaptados en los muros de las esquinas permiten la filtración de ventilación en el lugar. Apariencia cristalina rodea cada detalle desde la tina con su transparencia hasta la cama al otro lado de la puerta del baño. Al ver que no responde el chico, Sugar interpone otra pregunta más a la conversación que parece más un monologo.

—¿Dónde estoy?

Erion se levanta. A esa pregunta sí le puede dar una respuesta. Lo cual es raro, porque no hay algo que una máquina no pueda responder en esta generación. Los cyborgs son la evolución de los modelos androides del pasado. Se supone que pueden, por efecto, responder gracias a su banco infinito y gustoso de información al que son expuestos.

—En casa.

Sugar ubica ambas manos en la esquina de la tina e intenta levantarse, pero no puede. Su cuerpo la traiciona.

—¿Qué me has hecho? —demanda Sugar, al verse imposibilitada en su rango de movimientos.

Suspira.

Para luego observar su alrededor. Transparencia. Más vulnerable no puede sentirse. Sus mejillas arden. Y lo que ve que es un cristal que hace la función de pared al otro lado de la habitación se torna rosa.

—Solo he aliviado tu dolor. —Erion alcanza la toalla que tiene sobre el lavado de manos.

¿Aliviar mi dolor?

¿Cuál?

—No sé a qué te refieres. —Sugar intenta levantar una pierna, pero no avanza más que elevarla unos cortos centímetros.

—Dame tu mano.

Erion aparece con una toalla blanca en su hombro y con su gesto de ayuda al tener su mano extendida con el objetivo de que Sugar la tome. Lo hace. La fuerza que tiene y una dosis oculta entre sus poros que su organismo conecta al de su mascota con el tacto hace que ésta recupere su movilidad.

La humana se levanta, destilando el líquido que la cubre. Erion se apresura en cubrirla. En la ejecución de su acto abraza a la mascota. Se paraliza. Ese es un gesto muy humano. Es la primera vez que lo hace. ¿Qué debe sentir según su sistema minucioso de dosis de emociones? Un palpito. Un bombeo de su corazón fuera de ritmo que detecta le da una pista.

Se aparta enseguida.

—Salgamos de aquí para que te explique todo.

El cyborg da la espalda, mientras la mascota da sus pasos fuera de la tina.

—¿Conoces a Aelon? —suelta Sugar.

Ella sabe que el chico está más familiarizado con la imagen que su mente proyecta como último recuerdo a este punto de su vida. Se siente conectada con aquel hombre, pero a la vez es una extraña la cual pregunta por él.

—No puedo proporcionarte esa información, porque en mi base de reconocimiento en interacción social no figura tal nombre —dice el cyborg, traspasando la puerta de cristal deslizante.

La mascota lo sigue.

—No me mientas —protesta Sugar.

A escasos pasos del closet donde se guarda la colección de ropa que adquirió Erion para su mascota, éste se da la vuelta para confrontarla.

—¿Mentir? —La confusión en el rostro del cyborg es evidente que la mascota se detiene a raya.

Intenta hablar.

Tartamudea sin voz alguna, quiere hablar, pero las palabras no salen. Se siente muda. Su ritmo cardiaco se acelera. El cyborg lo nota. Avanza ágil a sostenerla antes de que ésta caiga al suelo ante el eminente ataque convulsivo que enfrenta. Una convulsión psicógena similar a un ataque epiléptico, pero que no está provocado por descargas cerebrales anormales, sino que son una manifestación de malestar psicológico. Por desgracia para Sugar ese mal lo tiene merodeando en la tela de sus recuerdos que Erion no pude filtrar, porque algo desconocido bloquea el paso a la mente de su mascota.

—Otra vez —murmura Erion, mientras toma la situación bajo su control.

La estabiliza y la sujeta entre sus brazos para llevarla a la cama donde la deja descansar. Su mascota suelta un suspiro tan débil como la mirada que le da cuando sus ojos se apagan. Se encuentra molesto. Sí, molesto, porque si Sugar fue un regalo de su tío como sujeto de prueba para la nueva línea que al parecer saldrá al mercado cuando asuma oficialmente su cargo, entonces debe descartar ese producto. Debe ser rechazado y enviado a desintegración.

Desintegración o exterminio como dicen los cuidadores, da lo mismo, todo eso se resume a enviar a los humanos a la zona 9 de la parte sur de la cúpula donde existe la piscina de ácido. Ese es la representación antigua del campo de desechos que los humanos utilizaban para dejar todos los desperdicios ávidos. Ahora ellos son la basura por descartar.

A estas acciones son a las que Erion se desistía cuando estaba en la línea de poder para suceder la corporación Humano, pero esta noche —después de dos días del anuncio de su tío— es su sucesión y deberá hacerlo. Su primer paso como dueño será ser partícipe de la desintegración de lo que parecía ser la evolución de los humanos desde que se tomó control de éste.

—Faltan doce horas —suelta, la voz de la chica que se materializa detrás de él.

—Deja de filtrarte en mi circuito neuronal —dice Erion, empuñando sus manos.

La fatiga de una semana de estar al pendiente del despertar de Sugar le está pasando factura. Ni siquiera analiza sus pasos con claridad.

—Solo te lo tenía que recordar —se excusa la joven de cabello rosa.

Erion voltea a verla.

—Lo sé, Carrie.

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