Capítulo XXXI: Nación

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Las paredes colapsan

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Las paredes colapsan. Tras los pasos desesperados en huida de quienes habitaban la celda, se eleva una humareda que es apenas bloqueada cuando el renegado alcanza a cerrar las puertas de la entrada de lo que en su tiempo fue su hogar. Todos quedan de frente, observando vestigios de humo que relucen por los bordes.

—¡Maldición! —El renegado apoya sus manos en sus rodillas.

Tanto el cyborg, que minutos atrás despertaba de una realidad alterna, y la mascota coinciden en miradas al darse cuenta de que esa podría ser su oportunidad para escapar. Su secuestrador carece de armas para doblegarlos y más allá del túnel se podrían camuflar con los cyborgs y máquinas deterioradas. Excelente plan, ¿no?

Ambos asienten.

Voltean.

No hay pasos.

No hay ánimos de huida.

El movimiento de sus cuerpos es detenido por la presencia de quienes pudieron servir de camuflaje si no estuvieran a un metro de ellos agrupados en filas y con armas apuntándolos.

—¿Qué ocurrió, León? —Una voz masculina se asoma en un cuerpo arropado por tela desgastada de un traje de combate táctico y una mascarilla de gas que cubre en su totalidad su rostro.

El renegado alerta sus sentidos. Despierta de su trance. Voltea para ver a sus prisioneros congelados hacia la vista que tienen frente a ellos. Nación, así se denominan al grupo de renegados que a pesar de sus deteriorados ensamblajes sus conciencias de combate y servicio están limpias.

—Se filtró un contaminado —dice León, omitiendo que es "una" y no "un" quien trajo consigo lo que tanto temen.

—¿Y cómo? —Aborda otro renegado con la mitad de su rostro en piel arrugada y la otra con la exposición de sus circuitos desactualizados.

León avanza y se queda en medio de sus dos prisioneros. Éste da un vistazo a ambos que de forma sincrónica  cruzan mirada con él. El renegado sabe que su movimiento a observar a cada uno es un claro mensaje a ambos de que no deben avanzar y que el único lugar "seguro" es a su lado.

Mira al frente.

—Está controlado —suelta sin más.

Todos bajan sus armas.

Ejercen una retirada.

Los prisioneros ven cómo de apoco se dispersa el área hasta que ya no queda nadie más a la vista que solo ellos y su captor.

—¿Creyeron que era el único? —interviene León, posicionándose frente a sus dos esclavos.

Ambos lo miran incrédulos.

—Ahora me explicas por qué esa mediadora tenía tu apariencia. —Apunta con el dedo a Sugar—. Y por qué mentiste diciendo que era tu hermana.

Los labios de la humana tiemblan temerosos. A ella no se le dan bien las mentiras. ¿Mentir? ¿Para qué? Para mentir es mejor quedarse callada, pero si es por supervivencia es capaz de hacer su mejor papel de mitómana. Pero ahora solo es capaz de mantener su mirada en la expresión furiosa de su captor.

—Para salvarnos.

Ambos voltean hacia Drago que mantiene con firmeza su postura ante sus palabras.

—¿Salvarnos? —suelta León, con tono irónico.

Cruza sus brazos a la altura de su pecho.

—El agente contaminante es de la red roja, y si la mediadora pudo llegar hasta aquí con la apariencia de Sugar... —Mira hacia la humana—. Más vendrán, y ya no habrá una red blanca para protegernos.

Mira hacia su captor.

—¿Más? —cuestiona el renegado, levantando una ceja.

—Sí, porque la red blanca se está desvaneciendo —informa Drago, soltando un suspiro, que lo sorprende, pero que a su vez le da impulso para soltar una información que ya no puede ser secreta, aunque haya sido por poco tiempo—. La red blanca la lleva consigo un ser que está por nacer y que debemos rescatar.

Sugar parpadea atónita.

Sabe a qué ser se refiere, pero ¿nacer? Eso es muy rápido, al menos que...

—¿Alteraron el feto de mi hermana? —cuestiona furiosa.

Sus ojos se clavan en el cyborg. Este a su vez la mira y asiente.

—Ella es la nueva red.

Las piernas de la humana se debilitan, cayendo de rodillas en el suelo. Sus ojos desorbitados se llevan la escena de su captor, empuñando la camisa del cyborg y lanzándolo por los aires.

—¿Por qué te guardaste esa información? —demanda León, dispuesto a patear al cyborg que recupera su postura al caer estrepitosamente en la superficie.

—Me llegó a mi banco de información hace solo segundos antes de serla revelada a ambos. —Mira a Sugar.

Se encoje de hombres, asintiendo ligeramente en el proceso. Lo que no le da claridad para que vea la figura de su captor acercarse.

A un paso de él, León cuestiona:

—¿Y qué más sabes que no has revelado todavía?

Drago tiene la oportunidad de levantarse. El renegado no toma acción. Omite golpearlo. Necesita más información de lo que está por destruir el único sitio que puede denominar hogar.

—Una vez a salvo, debemos movilizarnos a la Selva —concluye.

—¿A la Selva? —En la mirada del renegado se marca toda la confusión posible que puede expresar.

El renegado sabe que incluso estando en la red blanca existe otro límite que ninguna máquina o cyborg puede cruzar. Un límite donde lo material se desintegra, o al menos eso es lo que dice aquel mito que se dispersa en las sombras y a oídos sordos, porque nadie quiere saber qué hay más allá. Y ese límite tiene ese nombre.

La Selva —murmura la humana, latente a una palpitación arrítmica que se cala en su pecho al replicar aquel nombre en su cabeza.




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*Siento la demora. Se me adjunto la universidad y la tristeza del corazón. 

Humano ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora