Capítulo V: Sueños

5.5K 774 61
                                    



—Cuarenta y cinco horas sin despertar —masculla Erion, dentro del cuarto de reparación en una esquina, sentado en el sillón reclinable que tuvo que adquirir en una tienda de productos para mascotas.

En la habitación grisácea, donde las paredes están llenas de repisas de vidrio y sobre ella accesorios exclusivos de ensamblaje para las partes mecánicas de su cuerpo, observa —a una distancia prudente— la desnuda silueta de la joven que está sobre la camilla de reparación. Un aparato que evalúa el estado de los sistemas orgánicos y repara cual defecto con una onda de escaneo.

Su tío no ha vuelto a realizar más contacto con él desde el día de la entrega de la mascota. Erion considera que lo hace con el propósito de evitar que le devuelva el producto. Muy astuto. Aunque solo porque se lo permite. Sabe que bien puede teletransportarse a la entrada de la corporación Humano ® y exigir una cita con el dueño así resolver "el asunto".

Erion está rompiendo con uno de los estatutos robóticos "principio de la verdad" donde ningún integrante del sistema debe mentir o guardarse alguna queja; bien se sabe que en el pasado esto fue uno de los matices de la destrucción humana.

—Estado de la mascota: somnoliento. —Expulsa la voz mecánica femenina del sistema robótico médico 47-C para mascotas, instalado en el apartamento. Otra cosa en la que debió gastar.

Fuera de su observación. Algo más está ocurriendo en la habitación, pero esta vez quien es participe principal del hecho es la mascota. En el hipotálamo —esa apreciada parte del cerebro— donde se controla el sueño, el apetito, la sed y el comportamiento sexual, un interruptor acaba de ser activado en un minucioso racimo de neuronas, probablemente de un tamaño no mayor que la cabeza de un alfiler. La humana se sumerge en lo que se podría decir: un viaje de recuerdos.

La oscuridad se disipa. Los latidos del corazón se regulan. No hay un hoy, no hay un mañana. Solo está ella y lo que parece ser un agradable sueño. Su visión está puesta en el cielo claro y sereno, mientras está acostada sobre una superficie dura y a la vez fresca. Un roce de su mano izquierda, solo uno, le basta saber que está sobre un pasto. Pero otro, hacia su otra mano, le roba su atención. La imagen de una mano olivácea entrelazando la que sería la suya. Siente que es a su tacto al que se están aferrando. Una paz la llena. Se amplía su panorama. Un torso desnudo la entretiene, un cuello estirado la intriga y una mandíbula definida la estremece. No ve más. Solo apreciar la última parte la lleva al colapso.

Todo se nubla. El cielo relampaguea y un hueco en el suelo por debajo de su cuerpo se amplía a una irremediable velocidad que el gritar se vuelve absurdo cuando cae a profundidad. Un hueco lleno de pequeños puntos de luces que revolotean alrededor de ella. Se siente flotar en el aire. Cierra sus párpados. Recuerda esa sensación. No es agradable. La hace sentir presa. Se desespera. Quiere abrir sus ojos, pero no es posible. El peso de algo fuerte aplastar sus pulmones la ahoga.

Ni siquiera puede abrir su boca. No hay ruido alguno que se filtre por sus oídos. Toda la maldita sensación de vacío la recuerda. Ahí está. Por mucho tiempo quiso gritar y no pudo. Su cuerpo cambiaba de tamaño en ese hueco lleno de luces. Su estructura corporal de pequeña se iba estirando. Ella sabía qué era. Dentro de ese lugar estaba creciendo. Ese espacio donde la claridad no era sinónimo de tranquilidad, sino de ahogamiento. No sabe cómo llego ahí. Creyó salir. Hasta que su claro reconocimiento de agua arropando su piel hizo que algo cambiara. Sintió que despertó. Lo sabe. Y quiere hacerlo de nuevo, pero esta vez para siempre.

—Despierta. —La mullida voz varonil y una sacudida a su cuerpo la hace sentir viva.

Pero ella sigue ahí con los ojos cerrados.

Incapaz de gritar.
Incapaz.
Incapaz.

Si no fuera por lo que escucha en forma de un agotado susurro.

—Mascota, despierta.

¿Mascota?, se cuestiona.

¿De verdad alguien le acaba de decir mascota? ¿Acaso se refiere a un perro, un gato o en una última instancia a un ratón? Despierta. Sus ojos se amplían hacia la mirada con brillo de unos iris azules tan cristalinos alterando sus sentidos. No es un sueño. Está en la realidad. Aunque ella esté lejos de saber cuál es. Sus labios avistan una leve sonrisa que se corta en el camino cuando escucha una voz externa. Una que no lo pertenece al chico que está mirándola a una distancia prudente de su rostro.

La claridad del espacio donde está es eminente. Mira hacia el techo grisáceo. Luego a él. A ese rostro perfecto. Un ruido se filtra y una voz se expulsa de algún lado.

—Estado de la mascota: estable.

—¿Mascota? —musita Dea.

Erion no sabe qué decir o hacer. Tal vez hace una semana pensó que debió ser un fallo de su procesador cerebral que haya escuchado hablar a la joven, pero en este momento se da cuenta que no. Ella habla. Y eso está incorrecto. Es un error. Ahora más cuando capta que la última vez esos labios rubí pronunciaron un nombre. Aelon.

Se aleja de la visión de Dea, apoyando sus manos en el borde de la camilla y enderezando su cuerpo al final. Ahora ella puede verlo en un mejor ángulo. Él tiene el rostro de alguien a quien ha visto antes, pero solo es sensación. No hay imagen. Intuye que están en su cabeza atrapadas en algún lado. Erion analiza la mirada de la joven que frunce medio sus cejas. Es un gesto que hacen los humanos en confusión. Dejando a un lado cualquier regla que hay entre los dos, dice:

—¿Me entiendes? —aclara— ¿Entiendes cuando te hablo?

Lógica por lógica.

Si ella le habla, pero si es una palabra de la cual hace réplica no quiere decir que lo entienda. Puede que solo tenga una mayor capacidad de procesamiento cerebral y repita con agilidad cosas básicas que escucha. Tal vez, ella responda: entiendes. Una probabilidad, pero a eso se resume. Así que, se debe ir por la opción más extrema. Hay que asegurarse de descartar alguna violación a la ley humana y sobre todo a la robótica.

—Sí.

Humano ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora