Capítulo XXIV: La Celda

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Aceptación

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Aceptación.

Eso es lo que persigue cada máquina con circuitos neuronales avanzados entre los huecos del túnel del Pueblo Rojo. Algo que el humano en el fondo siempre persiguió. Ser aceptado de una u otra manera, de una forma grande o pequeña; no hay diferencia en cómo buscaba la forma de ser descubierto por alguien en el mundo, aunque decían los escépticos no importarles lo que los demás piensen de ellos.

Drago puede verlo en los gestos de quienes lo observan con admiración y cautela. Cyborgs que van desapareciendo de su vista, al igual que los "huecos" en los costados del túnel, a medida que avanza. El sitio se vuelve llano, silencioso y carente de vida. Solo tierra alrededor. Nunca sintió la degeneración de la "inmortalidad" tan de cerca. Los inservibles son los humanos, ellos no. Ellos tienen un propósito. Es así como el procesador del cyborg se inunda de cuestionamientos y algo que experimenta con la casi sobriedad a su desgastada dosis de nano emociones. Aquello que se conoce como impotencia.

Una emoción prohibida.

Un veto seguro si estuviera en la zona de la red roja.

—¿Y dónde se supone es tu hogar? —interviene Drago, con el tono de voz fría que lo caracteriza. Aunque por dentro se esté derrumbando. Este mundo no está ni de cerca a lo que imaginé, se filtra en su procesador. No son solo los humanos a quienes los cyborgs de la red roja utilizan y deshacen a su antojo, sino también a mi propia clase.

León se adelanta ante lo que sería el final del túnel. Una compuerta de acero sólido con un símbolo dorado en el centro que obstruye el paso a lo que hay al otro lado.

—Detrás de esa compuerta está mi hogar —suelta León, mirando fijamente hacia la figura en el centro que simula ser una llave de las que dejaron de existir incluso antes de la revolución. Esa que se utilizaba para abrir la cerradura de la puerta de una casa cuando recién se daban luces del progreso tecnológico.

Su sistema neuronal hace lo rutinario. Se conecta hacia lo que hay al otro lado. El símbolo se vuelve rojo. Es un llamado. Él debe cavilar la clave. No todos pueden ir detrás de esa barrera. La red solo ha querido conectarse con él hasta ese punto. Lo irónico es que necesita un nombre en particular. Solo pensar en uno, y listo. Un nombre humano destinado a ser. Uno que llegó como un rayo a su procesador cuando su cuerpo malherido encontró el sitio tiempo atrás.

Paula.

La compuerta se abre al instante, dejando anonadados a sus dos esclavos a quienes se devuelve para empujarlos hacia dentro. Los recibe una "ciudad" tras el cierre de las compuertas. Un lugar donde parece un pozo sin fondo estructurado de escaleras metálicas que tal vez llegan hacia un destino en particular, pero al observar hacia arriba hay especies de celdas alrededor en torno la estructura de cilindro de metros y metros hasta donde se alza la vista del cielo.

—Esto es... —empieza a decir Drago.

Lo conoce.

Sabe de esto.

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