Capítulo XXX: Opción tres

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En su defecto, ¿cuál fue la mayor ventaja que tuvo la tecnología con ayuda del propio humano para manipularnos? Te daría la respuesta, o quizás no sea necesaria porque simplemente la conoces. 

Un televisor denominado plasma, de aquellos que salieron en el mercado a finales de los años 90, se enciende. Su peso está soportado por una mesa de madera de cuatro patas. Ahí, en el centro de la nada, la luz tenue de la pantalla del aparato ilumina la figura de quien a pocos metros se encuentra parado observando.

Sus ojos se amplían en expectación.

Él no tiene que esperar mucho para que el aparato sintonice un canal.

Ninguno en especial.

Ninguno en particular.

Al menos eso deduce el cyborg a quien su propia mente lo tiene prisionero en un estado de descanso. Incrédulo de lo que ocurre, avanza un par de pasos al frente. Aun así, la distancia entre el aparato y él es notoria, pero perfecta para visualizar las escenas que pasan como un documental de repaso a un registro de todo lo que el humano un día denominó entretenimiento.

Sí, ahí está.

Acertaste.

Los humanos empezaron a ser manipulados por el absurdo de un entrenamiento vacío. Ellos permitieron esa manipulación tan obscena por los "grandes". Interesante, ¿no? Interesante saber que como individuos ya no les quedaba más energía para cambiar las estructuras opresoras. Es decir, ya no tuvieron fuerzas ni cohesión social para luchar por un mundo nuevo.

—Se convirtieron en animales vegetativos mucho antes de su realidad actual en este mundo. —Drago está mudo. Es la voz de su padre la que escucha en eco a su alrededor. Ese espacio oscuro como si el universo se redujera a esos dos objetos, su presencia y la voz que irrumpe su concentración.

—¿A qué viene todo esto? —cuestiona el cyborg, al tiempo que su atención es captada por la pantalla donde se expone una escena que de a poco acapara con su volumen en ascenso cada partícula del lugar.

—Puedes verlo, ¿no? —interviene la voz.

El cyborg no responde.

Escucha.

Escucha, observa y se entretiene en cómo su percepción sobre su alrededor está dominada por aquel aparato.

No lo culpo.

Él está hipnotizado por las lágrimas de una niña. 

¿Una mascota? PiensaAunque un niño como mascota está vetado. Es un imposible. Nunca se haría. 

Tal vez.

Las lágrimas de la niña caen, mientras se arrodilla hacia el cuerpo de su madre tirado en la calzada con signos de tortura en medio de una ciudad en ruinas. A pocos metros, hombres con uniformes y armamento de tecnología avanzada obligando a una decena de desafortunados arrodillarse frente a ellos.

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