Capítulo III: Dea

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—¡Maldición, Dea! —vocifera Erion, en tal grado de desesperación. Ese nombre se está volviendo tan familiar en sus labios.

El lector de huella que se proyecta en una luz roja, en el centro del corazón de la joven, no funciona. Un elemento necesario para desbloquear la capa transparente que cubre al cuerpo que se encuentra en un estado de catalepsia. Ella morirá si no la retira del interior. Un producto desperdiciado. Por más que lo tiente la idea de dejar que las cosas sucedan por sí solas, él debe hacer lo correcto.

—Advertencia. —La voz automática vuelve aparecer, tambaleando el estado de ánimo de Erion. La angustia se apropia de su sistema. Desconoce tal reacción. Siempre en una vida serena, pero en esta noche ha experimentado más de lo que un cyborg debería de experimentar en cuanto a sensibilidades propias de humanos se le son atribuidas. Él puede colapsar—. Cinco segundos para el drenaje de criogénización y teletransportación de la caja criogénica a la bodega 5.

No se retrasa más. Sacado el cuerpo en ese tiempo estipulado, la caja desaparecerá. Su ritmo cardíaco se dispara a mil. Golpea de un puñetazo una esquina, cerca de la etiqueta, a reacción de momento de frustración, dejando su impronta en el borde de ésta. Milagro o no, la capa se desactiva.

Tendrá una mascota. Erion tendrá al fin lo que su tío siempre lo persuadió de obtener y por lo cual se había negado. Roza sus manos en la gélida cabeza de la joven y toma el cuerpo con ambos brazos, cargándola con agilidad. La sostiene de espalda y por debajo de las piernas. El tacto lo abruma. La retira, levantándose y dando unos pasos hacia atrás de lo que unos segundos antes fue morada de lo que ahora es dueño.

—Felicidades, la entrega de su pedido ha sido todo un éxito. —La caja desaparece.

Ya no puede hacer nada. La ley es clara, y por más que sea familiar del dueño de corporación Humano®, deberá cumplir con los estatutos. Sabe cuál es el siguiente procedimiento. Avanza rápido a la puerta de su apartamento.

—Erion Edevane —indica al lector de voz que bloquea la entrada.

No se divisa, pero está ahí. Un dispositivo invisible al ojo humano, pero visible para el mecánico. La puerta se desbloquea. Lo recibe su majestuoso interior. Corre hacia el pasillo que da a la sala monocromática y sin más dilación se desvía hacia la escalera en espiral que se encuentra al final. Esta lo lleva directo hacia el espacio que cuida con recelo: un gran invernadero de flores rojas que rodea una piscina cuadrada lo suficiente amplia para una fiesta con amigos. Pero, ¿los cyborgs celebran fiestas? ¿Ellos nadan?

Sus brazos sienten humedad. El cuerpo de la joven se está descriogenizando. Erion es incapaz de bajar su mirada para observar lo que sostiene. Una pizca de él cree que ésto es un sueño. Un módulo de imágenes que su procesador le expone en su estado de descanso, y nada más.

Llega. El olor de las rosas es indiscutible. Cierta percepción del aroma lo envuelve, lo atonta, lo entretiene. Sus pasos se detienen solo por segundos, en ese pequeño espacio de tiempo, vuelve a ser Erion el soñador, pero la actividad del cuerpo que sostiene se manifiesta con una convulsión en proceso y eso lo vuelve a la realidad.

—¡Oh, no! —Corre hacia la piscina— ¡Dea!

Algo en su interior lo golpea. El hecho de gritar ese nombre y relacionarlo con la muerte distorsiona sus sistemas. La lanza en la piscina. Ve el cuerpo de la joven desvanecerse en el fondo. Lo que es agua cristalina se vuelve una especie de líquido blanco como la leche. Un producto orgánico que conoce muy bien. Solo observa. No puede hacer más. Ese es el proceso. Si vive, ella flotará. La protección criogénica en su interior hará la última labor. El resto será de Erion.

Un trato justo para quien quiere una mascota. Las compras, las vistes, las alimentas, las entrenas.

—Vamos flota —expresa Erion, llevándose sus manos a sus mejillas, dejando el paso de una caricia gélida y llena de preocupación.

Uno, dos, tres, cuenta mentalmente. Un joven cyborg como él solo se preocupa por una cosa: tener en su procesador cerebral toda la información posible que la academia Humanoi imparte. ¿Por qué se valora el conocimiento? Se lo valora, porque solo así será menos posible que se incurra en errores.

El silencio se hace denso. El rostro de la joven es lo primero en ser visible, con inefable emoción, Erion suspira. Ni siquiera se da cuenta de su acto. La finura del cuerpo pálido de la mascota —que se confunde con el líquido blanco— termina por cautivar al joven cyborg. Se lanza para retirarla de la piscina. No le importa si termina de arruinar su vestimenta.

Se acerca fascinado. Logra tomar el brazo de la chica y aproximar por completo el cuerpo de ella hacia él. Su procesador lo traiciona. Se le escapa pensar en el hecho que ahora sabe por qué la mayoría de cyborgs tienen una mascota. Los latidos de la joven son reales. Escucha claro cómo bombea su corazón. Se estremece.

Se dispone a retirarla, pero unos ojos grises lo miran fijamente.

Dea.

Dea reconoce al joven que tiene en frente. Uno de cabellera oscura semi-rapada, ojos azules tan claros y rostro perfilado lo suficientemente para imponer rudeza si estuviera serio, pero él la ve con escepticismo.

—¿Aelon? —dice Dea, y hacerlo puede que sea su peor error.

—¿Hablas? —cuestiona Erion.

Dea se da cuenta que la voz del chico es diferente. Es más pastosa, sin resonancia metálicas como la que recordaba. Su incredulidad tiene un precio. El reconocimiento hace que su cerebro entre en conflicto con imágenes de una vida pasada, quizás, y colapsa. El rostro que presenció al despertar ya no está. Todo se encuentra negro.

—Dea, despierta, por favor. —Logra escuchar una nota de voz de un susurro lejano.

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