XVI

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―Prueba de sonido número uno. Grabando para el expediente X-3608, estamos a... 23 de septiembre del año 1994. Estamos con el sujeto "A", de nombre Andrés... ¿no recuerdas tu apellido, verdad?

Negué con la cabeza. Aquello hizo que el dolor que sentía en la frente se agudizara por un breve instante. Estaba en un cuarto de paredes metálicas y piso de baldosas blancas. Era como si alguien hubiese tomado todo lo malo de una cárcel y un hospital y lo hubiese combinado en cuatro claustrofóbicas paredes.

―Andrés, tengo unas cuantas preguntas que hacerte, y quiero que seas completamente honesto conmigo cuando las respondas, ¿de acuerdo?

―De acuerdo ―respondí. Preferí no asentir para que no me doliese más la cabeza.

La mujer que me interrogaba tenía la piel muy oscura y los ojos muy abiertos. Sus lentes de fondo de botella parecían hacerlos mucho más grandes de lo que realmente eran. Su cabellera negra se alzaba en un chongo perfectamente relamido sobre su cabeza. Ni un solo cabello fuera de su sitio. Su perfume era muy penetrante.

―Supongo que el doctor Salazar ya te informó sobre la parte técnica del experimento y sus posibles implicaciones, pero yo estoy aquí para hablar contigo sobre la otra parte.

Hablaba de Justo. Los vellos de mi espalda se erizaron al escuchar su apellido.

―De acuerdo.

La mujer se acercó a mí sobre la mesa que nos separaba, y colocó ambos codos sobre ella. El foco desnudo que alumbraba la habitación hizo que su semblante se ensombreciera cuando se colocó directamente debajo de él.

―No tienes por qué hacerlo. He escuchado que vives con él, que te trata como su hijo... pero la realidad es otra, ¿cierto?

Tragué saliva.

―Escucha, no los juzgo ni nada, allá ustedes, pero sólo si es voluntario. Y yo tengo mis dudas al respecto.

¿Quién era esa mujer? Justo me había dicho que tuviera cuidado. ¿A esto se refería?

―No los conozco ni sé que es lo que pasa en esa casa tan bonita que tienen, solamente quiero que me digas la verdad. Él no está escuchando, ni escuchará esta grabación. Estás a salvo aquí.

Bajé la cabeza y clavé la vista en mis manos, entrelazadas una con la otra, sudando a mares.

―Mírame, Andrés.

Alcé los ojos y me topé con los suyos. Me miraba fijamente, sin parpadear.

―¿Es cierto que tú te ofreciste para ser parte del experimento?

Éste era el momento en el que debí decir que no, y habría sido libre. Podría haber fingido que Justo me mantenía con él en contra de mi voluntad. Podría haber dicho que me violaba todas las noches, y que ahora me estaba obligando a ser su conejillo de indias: la culminación de años y años de abuso. Debí hacerlo.

Pero en ese momento yo no conocía a Don Justo, ni al hombre en el que se convertiría. Solamente conocía a Justo, el hombre que me había salvado de repetir mi vida pasada en una ciudad diferente, vagando sin rumbo y con hambre por calles desconocidas. Conocía a Justo, el hombre que jamás me había puesto una mano encima sin que yo se lo permitiera, el hombre que se desvivía en atenciones con el afán de hacerme sentir feliz. Conocía a Justo, el hombre trabajador que había dedicado miles de horas de trabajo a este proyecto, y que sentía que su vida se desvanecía, así como el azul de sus ojos.

Aún cuando mis razones para aceptar siguieran siendo igual de egoístas, muy en el fondo esperaba poder reciprocar al menos una pequeña parte de todo lo que él había hecho por mí.

AnestesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora