XXVIII

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Justo escuchó las palabras de sus ayudantes, pero sentía como si su mente hubiese abandonado su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, y un halo de luz blanca comenzó a nublar su visión. Casi podía percibir cómo las partes de su frágil ser empezaban a desmoronarse y caer, primero lentamente y luego todas a la vez. Una avalancha de emociones lo sepultó por completo, y lo siguiente que escuchó fue el golpe seco de su cráneo contra el suelo.

Despertó un par de horas más tarde, de vuelta en su oficina. El expediente de Andrés estaba sobre el escritorio, pero él estaba seguro que lo había guardado en su cajón antes del procedimiento. No tenía sentido; el tren se había descarrilado, y no había forma de ponerlo de vuelta sobre las vías. No sin Andrés, quien a esas alturas podría estar en cualquier lado. Nadie lo había visto salir.

Una enfermera anónima se sobresaltó al escuchar a Justo incorporarse, y tras preguntarle si se sentía bien, tímidamente le informó que lo esperaban abajo, en el laboratorio. Justo sabía exactamente lo que ocurriría a continuación, y de pronto deseó que aquel desmayo hubiese sido un infarto fulminante. Pausadamente se levantó del sillón y comenzó a andar hacia la puerta. Notó que su gabardina no estaba en el perchero, y no le tomó más de dos segundos atar todos los cabos sueltos, o al menos la mayoría.

Cinco pisos bajo tierra, en una sala de juntas que más bien parecía un quirófano vacío, se topó de frente con Jasper y sus asistentes, con sus siempre impecables sacos blancos. Sin embargo, también los acompañaban un par de hombres con trajes negros y portafolios de cuero, los cuales de inmediato clavaron sus gélidas miradas en Justo. Los primeros parecían maniquíes, mientras que los segundos parecían robots. Y en medio de ellos, envuelto en una capa verde de terciopelo, su jefe, con los ojos inyectados en sangre.

―Tienes treinta segundos para explicar todo lo que pasó en estas últimas dos noches, así que te sugiero que empieces pronto.

Su voz penetró en los oídos de Justo como una descarga eléctrica. Tomó tres de los treinta segundos que tenía para tomar aire antes de comenzar a hablar.

―Anoche realizamos la última de una serie de pruebas clínicas que asumimos nos permitirían replicar las condiciones de la mutación original en el organismo del paciente cero...

―Y fracasaste. Otra vez ―interrumpió Jasper.

―...varias horas después, analizamos los resultados de la biopsia, los cuales no... no fueron favorables ―tartamudeó Justo después de tragar saliva―. Yo subí a mi consultorio para... descansar un rato. Ya estaba por anochecer, y el paciente cero estaba aquí mismo, en el laboratorio, también descansando.

―¿Ya tenemos las imágenes de las cámaras de seguridad? ―preguntó Jasper en voz baja a una de sus asistentes, la cual negó con la cabeza.

―Lo que pienso es que, tiempo después, tras haber finalizado todas las actividades en el sitio, el paciente cero salió de su habitación y subió hasta mi despacho, aunque desconozco la razón.

Jasper soltó un bufido y puso los ojos en blanco.

―La última vez que vine les dije que quería a alguien vigilando la entrada del laboratorio en todo momento, ¿no es así?

―...sí, señor. Lo siento, señor ―murmuró Justo con un hilo de voz.

―¡De nada me sirven ahora tus patéticas disculpas! ―chilló Jasper, agitando los brazos y haciendo tintinear los brazaletes metálicos que envolvían sus muñecas―. ¿Qué más?

Justo volvió a tomar aire.

―Yo... supongo que una vez que entró a mi despacho encontró su expediente, el cual siempre mantengo a la mano para hacer anotaciones y demás. Pero yo no lo escuché entrar, ni...

Jasper alzó una mano, mientras con los dedos de la otra pellizcaba el puente de su nariz.

―Nada de lo que dices tiene sentido, anciano, así que mejor te voy a informar lo que ocurrirá a partir de ahora, ¿de acuerdo? ―sin esperar respuesta, continuó―. Primero, mis abogados van a explicarte a detalle las cláusulas del contrato que hicimos al comenzar tu financiamiento, así como todos los puntos en los que has incumplido hasta el momento. Luego, vas a firmar unos papeles y te vas a quedar aquí encerrado trabajando, mientras nosotros nos encargamos de localizar y recuperar al paciente cero. Y escúchame muy bien... ―dijo, apuntando directamente a Justo con una de sus largas uñas―. Cuando lo encontremos, vas a tener todo listo para rehacer el procedimiento y no fallar otra vez. ¿Entendido?

Justo cerró los ojos y asintió. No podía hacer nada más en ese momento.

­―¿¡Entendido!? ―la voz de Jasper hizo eco en la fría habitación. La lámpara fluorescente que colgaba sobre ellos parpadeó por un instante, como si se hubiese sobresaltado.

―Sí, señor ―contestó Justo, con la vista clavada en el suelo.

Jasper les hizo una seña a sus asistentes y echó a andar hacia la salida, ondeando su capa con un grácil pero furioso movimiento. Antes de quedarse a solas con sus androides abogados, Justo alzó la mirada nuevamente y le lanzó una última pregunta.

―¿Cómo es que piensan encontrarlo?

Jasper se detuvo en seco, pero no se volteó para encararlo.

―Tengo gente preparada para este tipo de emergencias, Justo ―él no pudo verlo, pero Jasper sonreía―. Después de todo, uno siempre tiene que proteger sus inversiones.

Acto seguido, el director de Éther y las dos inmaculadas figuras que siempre lo flanqueaban abandonaron la sala de juntas, pero el sonido de sus pasos alejándose tardó varios segundos en desvanecerse por completo.

Casi al mismo tiempo, una camioneta blindada encendía sus luces y el motor. Dentro de aquella mole negra de acero y vidrios polarizados, que más se asemejaba a un tanque que a un vehículo normal, seis hombres y mujeres cargaban sus rifles y ajustaban sus lentes de visión nocturna.

La cacería apenas comenzaba.

AnestesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora