XXIII

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El corporativo de Éther Beauty estaba en Houston, Texas, a poco más de una hora de vuelo desde Monterrey. Era una empresa de cosméticos fundada en 1959 por el químico de origen Francés, Jared Éther. Su especialidad, sin embargo, no eran las sombras de ojos ni los labiales: eran sus cremas, tónicos y aceites para el cuidado de la piel. Éther afirmaba que, con la mezcla de todo ello, sus clientes lograrían lo que la humanidad había codiciado desde el albor de los tiempos: la juventud eterna. Sus campañas con presupuestos de ocho dígitos desplegaban modelos con pieles perfectas retozando entre sedas y algodón egipcio a las orillas del Nilo, o caminando entre campos de lavanda, bañadas en finas gotas de rocío, con una diminuta botella de tapa rosada entre las manos. En ningún momento el comercial informaba que el costo de aquella elegante botella de 30 mililitros superaba los doscientos dólares.

Corría el año 2012. Jared había muerto mucho tiempo atrás, no sin antes dejar su imperio en manos de su hijo Jasper, pues él era el responsable de haber llevado a Éther ―y sus precios― hasta la estratósfera. Un hombre de negocios brillante, un millonario excéntrico y "un joto presumido", así se lo habían descrito a Justo en varias ocasiones, pero aquella sería la primera vez que lo vería en persona. Y en cuanto cruzó la puerta de la sala de juntas donde él ya lo esperaba, Justo pensó que nada de lo que había escuchado bastaba para describirlo.

Lo primero que notó fue el cabello plateado, casi al ras de su cráneo, desvanecido a ambos lados. Traía puestos unos lentes de sol con dos letras "C" entrecruzadas en las varillas del armazón. Al quitárselos, reveló unos ojos completamente blancos, con la pupila negra en el centro. Todo su cuerpo estaba cubierto, desde las sienes hasta los tobillos, de tatuajes de tinta negra. Resultaba imposible contarlos, pero casi todos, exceptuando un par de caritas felices y rayones aleatorios en los brazos, eran verdaderas obras de arte. Su tatuadora, quien residía en Nueva York, cobraba quinientos dólares la hora, por lo que no era descabellado sugerir que Jasper llevaba en su piel el equivalente a varias piezas de museo.

Sus alargadas y casi esqueléticas manos terminaban en unas uñas que parecían garras, filosas como navajas, bañadas en diamantes. Su traje azul eléctrico podría parecer un mal disfraz de película de los sesentas, pero las letras doradas en los costados de las mangas indicaban que en realidad se trataba de un diseño de pasarela. Se veía más alto que cualquier persona en la habitación, debido a unos tacones de suela color carmín que lo elevaban quince centímetros y le impedían tocar cualquier piso que no fuera de mármol.

―Buenos días ―dijo Jasper en inglés, dirigiéndose a Justo y a Duarte. Su voz era gruesa y potente, en contraste con su indumentaria pero en armonía con su rostro, el cual era recto y anguloso.

―Buenos días ―dijeron los doctores al unísono, y Justo continuó―. Es un placer conocerlo al fin.

Justo trataba de no mirarlo directamente a aquellos ojos que parecían muertos, pero Jasper atraía su atención como un imán. Jamás se había sentido tan intimidado.

―Tengo un vuelo a las cuatro, caballeros, intentemos hacer esto rápido, ¿ok?

Con elegancia, el C.E.O. de Éther se sentó en una silla de cuero a la cabeza de la sala de juntas. Su asistente, una mujer de piel oscura con un traje sastre blanco y un escote kilométrico, sacó de un bolso plateado una lata de Red Bull y la abrió. El estridente burbujeo llenó el silencio de la habitación. Después sacó una pajilla de acero inoxidable, la colocó dentro de la lata y depositó la misma sobre la mesa, frente a Jasper.

Otro hombre, que parecía modelo de alguna marca de ropa interior y que también portaba un traje blanco sin camisa debajo, hizo descender la pantalla del proyector, encendió el aparato y presionó un botón para que las persianas eléctricas ocultaran la imponente vista del centro financiero de Houston desde aquel piso veintidós.

Justo, por su parte, repasaba sus notas con el doctor Duarte, mientras el resto de los directivos de Éther ocupaban sus lugares. Tras un par de minutos, en los que Jasper no dejó de golpetear la mesa de cristal con sus uñas, la presentación que llevaban meses preparando apareció en la pantalla. Justo tragó saliva.

―Les presento a Andrés ―dijo, trastabillando entre el nerviosismo y su rudimentario inglés. Con un puntero láser señalo las fotografías del sujeto al centro de la imagen. Fondo blanco, posando de lado y de perfil, como si acompañaran una ficha policial. Un adonis de mirada triste, con piel de mármol y cabello azabache―. Andrés tiene cuarenta y cinco años.

Un par de personas arquearon las cejas. Otros más resoplaron, incrédulos. Una mujer dejó escapar una discreta carcajada. Pero Jasper, que hasta ese momento se la había pasado con la vista pegada al celular, alzó cautelosamente la cabeza y abrió mucho los ojos. Justo incluso podía jurar que lo vio pasar la lengua por uno de sus colmillos. El hombre hizo a un lado el teléfono y colocó ambos codos sobre la mesa, mientras acunaba el rostro con las palmas y envolvía entre sus labios el popote de su bebida. Todos lo notaron, y nadie volvió a hacer un solo gesto de burla durante el resto de la presentación.

Justo sintió el peso aplastante de la mirada de Jasper sobre él, invitándolo a continuar. Y a medida que pasaban las diapositivas, la sonrisa en el rostro del magnate se ensanchaba más y más.

[...]

Cuatro años después, Jasper recibió una llamada mientras tomaba el sol en la terraza de su mansión en Punta Cana.

―¿Diga?

La cavernosa voz de Justo lo sorprendió al otro lado de la línea, ahora en un inglés casi perfecto.

―Lo tenemos, jefe. Al fin lo conseguimos.

Horas más tarde, mientras el jet privado de Jasper aterrizaba en la ciudad de Monterrey, Justo entraba intempestivamente en la habitación de Andrés en el laboratorio. Lo enderezó en la cama y colocó las manos en sus mejillas, hablando en susurros pero incapaz de ocultar la emoción de su palabras.

―Lo tenemos, mi amor. Al fin vamos a curarte.

AnestesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora