Capítulo 3

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–Mamá, ¿no crees que me estás echando demasiado tinte?

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–Mamá, ¿no crees que me estás echando demasiado tinte?

Su madre la miró confundida como si no supiera de qué estaba hablando y siguió a lo suyo. Aunque ese tinte olivera súper bien por la dulzura de esas preciosas flores las cuales cogieron sus pétalos para hacer aquello que pintara sus rostros, cuello, hombros y brazos.

Si así era cómo iba a ir vestida, aunque aún no me había probado el vestido que mi madre con tanto cariño y amor me preparó, pero sin habérmelo probado sabía que me estaría perfecto. El vestido debía ser muy sencillo y ágil para la danza, así que por lo que sabía los vestidos no llevaban tirantes si no que se quedaban sujetos en la parte del pecho y caía totalmente suelto hasta la altura de los tobillos. A parte  llevaríamos varios tipos de joyas para darle más elegancia al conjunto en sí. Lo principal eran como unas pulseras en grande que irían alrededor de los bíceps, uno en cada brazo, en forma de hojas. 
Luego adornaría mis orejas con una series de pequeñas piedras preciosas. Finalmente, mi cara sería pintada con finas rayas que se marcarían desde los ojos hasta la barbilla y mi pelo recogido en una gran trenza a esperas de ser decorada por esa impresionante corona de hojas del alce más ancestral del pueblo. Al cual, no más acabara de alistarme, sería mi próximo objetivo en la larga lista de quehaceres antes de que el sol se pusiera y la luna nos iluminara para darnos paso a nuestro ritual.

Una vez, mi madre estuvo totalmente satisfecha con su trabajo de maquillaje, me otorgó el que sería mi vestido y cuando me lo puse, pude sentir ese atisbo de orgullo y de alegría que su rostro desprendía. 

–Mi pequeña guerrera ya se ha hecho mayor –también pude notar esa nostalgia con las que arrastraba las palabras, a punto de que alguna de esas lágrimas que se agrupaban en sus ojos.

Yo le devolví la sonrisa mientras me arreglaba el vestido pero sin duda debía verme preciosa, porque para que mi padre se quedara sin palabras cuando me vio, tuve que impresionarlo bastante.

–Hija, estás... bellísima.

–Gracias –asentí con emoción al ver cómo mis padres me miraban con orgullo y exaltación.

Nunca había sido de ese tipo de niñas que preferían quedándose en la parte alta de los árboles, incluso más arriba de donde se colgaban las casa, para simplemente hablar y cantar. Yo, simplemente había seguido a mi hermano, y por eso me había ganado múltiples cicatrices por caídas mientras jugábamos a correr o pillarnos entre los laberintos de árboles que nos rodeaban. Y ahora que mis padres, me veían como toda una mujercita, era realmente satisfactorio después de haberlos preocupado cada vez que salía de casa. 

Mi padre rodeó los hombros de mi madre atrayéndola hacia él mientras que mi madre le rodeó la cintura con uno de sus brazos y apoyó su cabeza en su pecho de forma cariñosa sin dejar de mirarme ni un segundo. 

–Ahora solo te falta lo más importante.

–Si, la corona de hojas de alce -acabé yo la frase sintiendo una fuerte presión en el pecho.

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now