Capítulo 35

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—¿Qué harás ahora? 

Aquella pregunta hizo que me sobresaltara, había estado tan sumida en acariciar a Nieve que no me acordé de que en esa enorme y siniestra habitación, se encontraba el dueño de aquel lugar. En un principio me pregunté porqué me había llevado con él allí y una vez llegamos, me lo volví a preguntar, no tuve que ayudarle en nada ya que se quitó con rapidez la armadura dejándola en uno de los rincones de la habitación encima de una de las toallas que puso para no manchar el suelo de barro. Hasta que finalmente, se adentró del cuarto de baño y se metió dentro de la tina, ahí es cuando me dio permiso para que me acercara y simplemente me quedé ahí, apoyada en el marco de la puerta sin saber que hacer. 

Era la primera vez que estaba a solas con un hombre, desnudo. Y la verdad, es que no me puse nerviosa en abosulto, bueno la verdad es que imponía y eso que solo había visto su espalda, marcada por cicatrices.

—Me has dado... —me autocorté yo sola al girarme y ver al semejante ser que tenía a unos metros.

Aquello no debía de ser nada moral y mucho menos mortal. Simplemente era divino, su cuerpo tonificado y musculado, además de las leves cicatrices que se expondrán por su torso. Hubo una mucho más llamativa en el costado derecho pero la verdad es que él, por si solo ya era llamativo. Lo miré de arriba a abajo, intentando no abrir la boca de lo asombrada que estaba. Pero fue ese mismo rey quién me despertó de mi lapsus.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con cierto divertimento.

Me empecé a sonrojar ya que noté como toda mi cara ardía pero no iba a dejar que me ganara.

—Podría ser mejor —comenté yo con una risita pícara.

Él, en cambio, sonrió maliciosamente pasándose una mano por su cabello húmedo.

—¿Ah sí? ¿Y debería saber el qué? Porque hace tan solo unos segundos me estabas devorando con la mirada.

Apreté mis labios. Era la verdad pero no podía dejar que pensara aquello.

—He visto cuerpos mejores.

Entonces aquel maldito rey, soltó una carcajada bastante sonora. Nunca lo había visto así.

—Xylia no te engañes —arqueé las cejas ante su comentario— no hay nadie como yo, además seguro que es la primera vez que ves a un hombre así.

Me levanté de la cama indignada y me coloqué enfrente de él. Fue la peor decisión que pude tomar en mi vida. Verlo de tan cerca me nublada completamente los sentidos.

—¿De verdad crees que eres el hombre más apuesto del mundo? —pregunté yo retándole.

Aunque la verdad, es que era lo más probable. Era perfecto, si alguna vez me imaginé la figura de un dios, él representaba cada parte de su cuero a la perfección.

Chasqueó la lengua antes de mirarme, ahora con su semblante más penetrante y serio.

—No lo creo, lo soy—contestó con arrogancia.

Era un narcisista y un engreído que no pude resistir, al sonreírme con esa perfecta sonrisa que desprendía fanfarronería y satisfacción. Mi mirada se clavó en aquellos colmillos que me marcaron como si fuera un animal. Aún tenía esa zona bastante sensible, a pesar de haber pasado más de una semana. 

Le seguí con la mirada mientras se acercaba a una de las cómodas más cercanas a la puerta del aseo. Sus músculos se movían a cada movimiento que él hacía, dejándome perpleja y embobada. No debería estar fijándome en aquellas cosas y más sabiendo quién era y lo que me hizo. Se me ensombreció el rostro, lo pude notar, mi sonrisa se diluyó. La tristeza empezó a retomar mi cuerpo, hacía días que me sentía así. No era justo que me sintiera de aquella forma, me sentía culpable por estar pensando en ese tipo de cosas mientras mi familia lloraba mi partida. Era la causante de que mis seres queridos lo estuvieran pasando mal y yo mientras, estaba junto al hombre responsable de haber sido el causante de todo aquel embrollo, sintiendo cosas que no debería. 

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now