Capítulo 30

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3 días, 7 horas y 20 minutos era todo el tiempo que llevaba durmiendo desde que había llegado y me había rendido en los brazos del rey. Lo supe gracias a que uno de los curanderos estuvo tomando nota de todo el tiempo que transcurría. Y tras haber descansado todos esos días sin haberme despertado ni una sola vez, me notaba cansada igualmente como si me faltase algo. Pero tras esos diez minutos en los que Ilyra me revisó, recalcó que todo parecía en orden y que mis heridas ya estaban casi curadas. Incluso me inyectaron la pócima por vena para que no perdiera el ritmo con las vitaminas vitales.

Aún me quejaba algo de la espalda y aunque mi cuerpo había curado varias zonas, no había conseguido curármela del todo. Al igual que con las diferentes partes de mi cuerpo como por ejemplo mi rodilla la cual estaba vendada y pesaba como una piedra. Todo mi cuerpo debía estar resentido. Y a pesar de no acordarme mucho de lo que pasó cuando me presenté ante el Portador de las Almas Perdidas, si que recordaba el irónico momento en el que le lancé ese débil golpe. No debí hacerlo aunque tampoco me arrepentía por haberme expresado.

Otro cambio significativo fue buscar a Nieve a quién lo habían dejado estar en mi habitación, eso si en su forma pequeña y normal. Ahora estaba entre mis brazos mientras lo acariciaba con cuidado. Repasando todas las escenas mortales que había vivido en tres días. Aún me impregnaban las fosas nasales, ese horrible hedor de la sangre de los Jabag. Hice una mueca tratando de apartar de mi mente esas escenas pero fue esa puerta abrirse lo que sí que me concedió olvidarme al instante de aquellos pensamientos para fijarme en la figura masculina que se situaba en el umbral de la puerta.

Conocía a ese macho, lo ví por última vez en la recepción. Se trataba del chico de cabello azul oscuro y ojos zafiro, ese mismo chico que irradiaba astucia y letalidad.

—Has despertado al fin, pensé que nunca podría conversar con la humana que tuvo las agallas de golpear a Azael.

Tragué nerviosa, aunque por su forma de hablar parecía no estar reprochándomelo sino que como que me estaba elogiando. Al verme confundida, dejó de apoyarse en el marcó de la puerta, cerrandola tras de sí. Acercándose un poco más y no dejando de observar a Nieve qui÷n había adoptado una forma más defensiva como si estuviera preparado para atacar.

—Perdona, no me he presentado, soy Keegan, líder del batallón de sombras y el hermano de no sangre de Azael, el maldito engreído.

No supe si podía sonreír tras sus últimas palabras pero por su carácter tan desenfrenado. Acabé sonriendo sin saber porqué pero me hizo gracia que hablara así del estúpido y odioso rey.

—Ya debes conocerme —solté yo mientras acariciaba el vello de Nieve.

—Y tanto que te conozco, Azael solo hace que hablar sobre ti.

Arqueé las cejas, sorprendida por sus palabras.

—Y aún así, creo que te ganaste mi confianza desde que vi como le pegaste.

Me puse tímida, esa era la verdad. No había sido un golpe potente, había sido muy débil y aún así, no acababa de comprenderlo.

—¿Porqué? —proferí con un hilo de voz.

Él sonrió descaradamente mientras se cruzaba de brazos.

—Porque eres la primera mujer que he visto, que ha podido atestarle un golpe sin estar entrenando.

Levantó las manos como si estuviera más que sorprendido.

—Por eso te has ganado mi confianza.

Asentí rápidamente. No sabía a qué venía todo esto ni el porqué por un efímero golpe, había conseguido que confiara en mi.

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now