Capítulo 17

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Esa habitación era bonita aunque estuviera pintada con tonos morados muy oscuros casi negros y en el que tanto en las paredes como en el techo, se encontraba lleno de molduras. Era un lugar bastante diferente a donde yo solía residir, tanto que esas paredes tan compactas era muy difícil encontrarlas en los poblados humanos, bueno era imposible. 

Aún así, ahora que ya estaba sentada en la cama de nuevo reposando por culpa de aquella pequeña intervención de la cual no prefería hablar, estaba contenta por poder estar acostada en esa cama. Era realmente cómoda y cuando me acosté en ella por primera vez no quise levantarme nunca más.

En una cosa si que tuve razón y fue mi teoría sobre las tres lunas, en este mundo eran como el ol y cuando salían anunciaban la mañana y cuando volvían a desparacer y el cielo se quedaba oscuro y nítido sin ninguna luz, anunciaba la noche. Me alegré de saberlo y de que no tuviera que preguntar a nadie por ello.

Llevaba ya unas cuantas horas, debía de ser por la tarde ya que las lunas empezaban a desaparecer en ese cielo oscuro iluminado por sus hermanas pequeñas las estrellas. Era realmente extraño ese mundo, donde nunca se posaba el sol ni en el que nunca habían conocido la luz solar. Pero también era relativo a la constitución que ellos tenían.

Estaba cansada y realmente quería darme un baño. Necesitaba sentirme limpia de nuevo y dejar que toda aquella suciedad que me cubría desapareciese para siempre.

Pero me sorprendí al ver que la puerta se abrió, no esperaba visita y sabía perfectamente que no se trataba del monarca que me había dejado con muchas preguntas pero aún así, tuve ganas de ver quién era la persona que quería a aventurarse en una sala en la que se hospedaba la humana.

Cuando la ví, me quedé boquiabierta. Era realmente guapa, sus facciones divinas y un rostro tan joven hizo darme cuenta de que yo también era joven pero a otras les sentaba mejor. Sus orejas puntiagudas y ese largo cabello trenzado negro azabache, hizo que me quedra observándola hipnotizada. Sus ojos azul oscuros encontraron los míos y ella no sonrió, mantuvo su rostro serio y firme. Vestía una conjunto de cuero negro ceñido en el que en su cintura, se encontraba una espada enfundada. Debía ser una luchadora realmente potente y hábil. Tenía esa mirada feroz al igual que Neith cuando se trataba de luchar o de defender el poblado.

Me entristecí al pensar en él pero fue ella quién hizo que saliera de aquel bucle sentimental.

–Humana, ¿cómo te sientes? –preguntó sin tacto, más como si fuera una obligación.

Yo sonreí irónicamente, si iban a tratarme así, yo haré lo mismo si eso es lo que quieren.

–¿Tú como crees? –pregunté con ironía sabiendo que esa pequeña sonrisa descarada que apareció en sus labios, era una señal de que no iba a contenerse si seguía así.

–No sé cómo estás de verdad, es que los humanos no valéis nada, sois débiles y a la mínima que recibís un mínimo golpe, os desplomáis y viéndote a ti, creo que estoy en lo cierto.

Sonreí desquiciada y ofendida por sus palabras, no podía moverme y tampoco pegarme pero si pudiera, ya le habría arrancado esa trenza.

–¿Quién eres para tratarme así? -pregunté yo molesta, claramente evidente por el tono despectivo en el que me referí a ella.

–Soy tu instructora, la hembra que te va  a hacer picadillo en cada entrenamiento y la que te va a convertir en una verdadera guerrera.

La miré confundida, ¿de qué estaba hablando? Yo no iba a entrenar y menos con ella, pero entonces entendí porqué ella y no otra persona. Ella iba a insultarme y a hacerme sufrir en cada entreno, pero ¿qué entreno? No estaba entendiendo nada y menos con la poco información que sabía.

La Leyenda ÁureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora