Capítulo 10

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EL SEÑOR DE LAS ALMAS PERDIDAS

Esa mujer no se iba a dar por vencida fácilmente y a mi empezaba a sacarme de quicio verla en ese estado. No hacía falta girarme para saber que ningún humano podía aguantar un viaje tan duro y largo como ese pero a través de mis sombras, la observé sin que ella se diera cuenta. Su estado era deplorable pero a la vez placentero para un monstruo como yo. La sangre reseca impregnaba su piel, además de la piel desgarrada de sus pies que empezaba a dejar un leve rastro a cada paso que daba. Su cara era puramente sufrimiento y dolor, tras haber estado en pie por más de seis horas, la mitad del primer trayecto hasta llegar a palacio. 

Qué ganas más horrendas de poder volver a mi retiro, al único lugar donde poder descansar, a pesar del trabajo a realizar. Me esperaban horas duras una vez llegara a casa pero no me importaba, era la propia muerte, el encargado de reinar el mundo de los seres malignos y oscuros como yo. El Subsuelo era mi hogar, y hogar de muchas criaturas que esperaban con impaciencia respuestas sobre mis deberes como el Portador de las Almas Perdidas, de todas aquellas almas que debían permanecer en este mundo tenebroso o ir al Más Allá. Por tanto, yo siempre me encargaba de traer a todas las almas que pudiera a este mundo y que se reencarnaran en cualquier especie perteneciente a este mundo, hasta que de pronto, se me negó la entrada a ese portal para poder supervisar el viaje hasta el Subsuelo. 

El propio portar me negó la entrada y a partir de ese día, el Subsuelo entró en una severa crisis de reclutamiento que pude remediar aportando las sombras que creaba con mi propio poder. En este mundo no existían humanos porque son débiles y patéticos, sin embargo los feéricos con sed de sangre sí que son bienvenidos a este lugar. Un entero reino, esperaba a esa pobre muchacha que divagaba con esperanzas de poder escapar pero lo que no sabía ella era que podía tratarse de la humana de la leyenda, por eso la reclamé a pesar de mi rechazo hacia ellos. Tuve que reclamarla como mía y cuando la vi, tuve suerte de no haber reclamado a una estúpida mujer raquítica. Ella era poderosa, tan solo había que ver la musculatura que se marcaba tenuemente en su clara piel, pero sobre todo era preciosa. Su belleza era superior a cualquier humana a la que hubiera visto y por eso no podía dejar de molestarla, además de no olvidar de que ella pertenecía a la raza humana, una raza vulnerable y sin longevidad.

Su entrada estaba prohibida debido a mis órdenes y por las condiciones en las que se vivían en este lugar, no aguantarían más de dos días. Así que a esa mujer, se le debía dar cada día una poción que los mejores alquimistas del reino has podido crear para que esa mujer aguantara el resto de sus días en mi reino porque así era, si ella era la mujer de leyenda era probable que cambiara su destino pero si no era así, ella pasaría el resto de su vida a mi lado. Podría utilizarla como me placiera más conveniente pero estaba claro que no aguantaría mucho si la llevaba a la cama aunque sí que podría divertirme con ella. Con tan solo pensar en las lágrimas que desprendería por mi culpa, me llenaba de orgullo y de ganas. Aún así, este no era el momento de fantasear y menos viendo cómo a través de mis sombras, esa mujer estaba a punto de desfallecer. Así que frené a mi querido caballo regio, Scathan, y me bajé de él con rapidez y sutileza.  Los guardias reales se apartaron dejando un pequeño pasillo que acababa en el lugar donde se situaba es pobre y débil humana quién mantenía la cabeza agachada.

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now