Capítulo 46

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Xylia

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Xylia

—¿Quieres visitar el templo? —preguntó él sorprendido, sin soltar mi mano. —¿Cómo...?

—Azael, ¿vas a llevarme o tengo que escaparme? 

Él esbozo una risa lo bastante atractiva. 

—Así que te escaparías, sin saber ni a donde ir. —habló cuestionándose mis dotes de escabullirme, con un poco de divertimento.

—Si y estoy segura de que algún amable ciudadano me ayudaría —dije yo con seguridad.

—De eso no cabe duda —acabó diciendo él y aunque no le viera la cara, estaba segura de que estaba sonriendo. —Aún así, te encontraría en cuestión de segundos y preferiría que te quedases a mi lado.

Ahora fui yo quién alzó la mirada y pude ver un pequeño atisbo de sus ojos ónices como el mismo carbón. Él era realmente cautivador y sus palabras lo eran aún más.

—¿Vas a llevarme? —insistí de nuevo. Quería ir solo por la curiosidad, y por las múltiples veces que me había descrito Keegan, tanto su interior como exterior. Ya que debía ser realmente divino.

—¿Estás segura? 

Asentí, con impaciencia. Él dejó escapar un leve suspiro.

—Si insistes, ¿tendré que llevarte, no?

Sonreí como una niña pequeña como cuando le regalaban lo que más deseaba. Feliz por la simple visita a un templo, que vueltas da la vida.

En cualquier caso, me dio mucha pena despedirme de aquel ambiente tan alegre y festivo, que probablemente anunciara la llegada inminente del invierno, debido a las temperaturas bajas que habían. Ansiaba volver a ese lugar, y bailar con esas personas. Divertirme tanto que tuvieran que llevarme a palacio a rastras por no querer volver y que mis músculos se quejaran de tanto movimiento. 

Esperaba que aquel simple deseo, se cumpliera y a lo mejor, con insistencia, poder hacer que ese rey bailara conmigo. Sonreí ante esa imagen que se creó en mi mente, la imaginación no era tan terrible ya que pude imaginármelo bailando junto a mi, con esa encantadora sonrisa siendo protagonistas sus colmillos, además de sus ojos almendrados en conjunto con su cabello, no tan bien peinado sino revuelto que tapara parte de sus cuernos, vestido con una de esas camisas holgadas negras y esos tejanos del mimo tono de color, siendo parte del conjunto, esas mismas botas que siempre traía puestas, como si fueran sus favoritas o más bien, las más cómodas. Mientras que yo vestiría un precioso vestido blanco largo, del mismo estilo que el que mi madre bordó para mi para el día del festival. Uno tan bello que lo dejara atónito. Hablaríamos y sonreiríamos, y probablemente me burlaría de lo mal que bailaría ese demoniaco rey. Sería un momento tranquilo, calmado, lleno de emoción que lo más probable era que terminaríamos muy cansados pero con ganas de volverlo a pasar tan bien. Bajo la luz de las Tres Lunas, ahí estaríamos los dos junto a demás personas, que disfrutarían de ese momento como si fuera el último de sus vidas. 

La Leyenda ÁureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora