Capítulo 28

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—Esto no estaba en lo acordado —espetó Malentha mientras me ayudaba a sostenerme junto a Senka. 

Ambas me ayudaron a caminar, colocándose una en cada lado. 

—Deja de quejarte ya, Malentha—concluyó Senka mientras me regalaba una sonrisa la cual no pude imitar ya que me estaba matando moverme.

En cambio, Malentha bufó mientras negaba con la cabeza.

Mis labios estaban secos y sabía perfectamente que mi cara parecería una representación pictórica debido a la sangre, mugre y moretones que debía tener en ella. Lo bueno era que de mi espalda, ya no salía sangre, tan solo ardía como las brasas mismas. Aparte de que mi rodilla crujía cada vez que daba un paso, provocando que andar lo más despacio posible por esos pasillos del mismo color que el ónice. Eran pasillo austeros de piedra pero que en cierto sentido, todos tenían armonía con el ambiente que les rodeaba, con la oscuridad. Así es como avanzamos cuidadosamente, siendo observadas a través de los grandes ventanales que daban al patio y que mostraban una perfecta visión de la ciudad. Además de que detrás nuestra, se encontraban tres soldados cargando con las cabezas de Jabag que había cazado.

Lo había logrado, había conseguido volver aunque no ilesa, había vuelto triunfante. Mi cabeza dolía demasiado y aún así, seguía rememorando las imágenes de cómo ese volkae, me había traído aquí protegiéndome como si fuera la persona a la que más quería. Al igual que Bruina que por lo que había oído, debían de asistirla médicamente tras las incipientes heridas que recorrían  su piel, debajo de ese pelaje. 

Era cierto que el patio desde ahí arriba, se veía abarrotado de personas que sin duda debían estar hablando, podía ser positivo o negativo a mí favor pero dejé que eso no me importara. Tan solo tenía que hacer una cosa bien y era, mantenerme firme, seria y segura aún teniendo este aspecto para callar de una vez por todas la boca de ese rey.

En cualquier caso, el trayecto se me hizo eterno y lo viví como si estuviese en los Campos de Castigo. Estaba sudando tras el esfuerzo que estaba realizando y eso que contaba con la ayuda de mis dos instructoras. Pero cuando giremos por uno de los pasillos a la izquierda y supe a dónde iba, tras ver a los soldados aguardando en la puerta. Se me removió el estómago aunque sin ganas de vomitar, menos mal, aunque debía ser increíble vomitar en los pies de ese maldito rey. 

Los soldados no más vernos, asintieron con sus cabezas con firmeza mientras abrían las magníficas puertas de una madera excepcional que nunca antes había visto en mi vida. Y entonces, me respiré profundamente y levanté mi mirada hasta encontrarme con todos aquellos ojos puestos en mí, y no en sus dos compatriotas que me ayudaban a caminar. Todos estaban fijos en mí y yo no dejé que su superioridad me afectara, mi rostro pétreo escondía perfectamente el dolor que estaba sintiendo. Pero fueron esos ojos negruzcos los que me hicieron derretirme y perder un poco la cordura, me recibía con esa media sonrisa pícara que me había mostrado anteriormente. No recordaba lo apuesto y hermoso que era, un demonio que había sido concedido con el don de la belleza. Se veía majestuoso sentado en ese elegante trono con detalles dorados y símbolos que desconocía. Sus cuernos brillaban y hacían verlo como un rey y lo que pude notar, es que se había cortado el cabello un poco más corto pero aún así lo seguí teniendo revuelto como el mismo carbón.  Llevaba una camisa holgada negra junto a unos pantalones chinos del mismo estilo y color, y finalmente unas botas de entreno. Se veía demasiado bien y eso no era lo que debía parecerme, lo odiaba, realmente lo odiaba o debía odiarlo.

No estaba solo, junto a él distinguí a dos personas a las que ya había visto anteriormente como a Ilyra, quién vestía ese tipo de uniforme de sanadora, y a ese hombre que debía ser realmente poderoso y entrenado hasta la saciedad para combatir y matar, el mismo que me salvó esa noche en la que el bastardo me dejó marcada. Su cabello caoba recogido en una pequeña coleta y esos ojos anaranjados, se dirigían a mi con una seriedad digna de estudio. Iba vestido con esa armadura tan regia que debía haber costado mucho oro. Aún así, no fueron los único que me observaban, había un chico con el cabello azul oscuro casi como la oscuridad del cielo nocturno que me observaba con cierta diversión ya que esos ojos zafiros se veían brillantes. No tenía la misma constitución corpulenta que el hombre de la coraza y el rey pero aún así se veía, letal. Esa era la palabra, debía estar musculado y entrenado pero parecía verse muy ágil y escurridizo. Sin embargo, la mujer con el cabello rubio que me observaba con los mismos atributos que todos los presentes en la sala, vestía una toga de color negra con una capucha color blanca y sus botas muy parecidas a las de Ilyra. A su lado, un hombre con el cabello largo color verde oscuro que parecía verse distinto a los demás sobre todo por esos ojos parecidos a los ojos de las serpientes que había visto en el bosque, su semblante era misterioso y aún así, la coraza de escamas que portaba, se veía increíble. Y por último, lo reconocí enseguida al fijarme más en él, era ese soldado que dejó que descansara en su pecho y a quién probablemente le había partido la nariz. Ahora vestía como un centinela, con la espada colgada en su cintura y con los brazos cruzados. Su cabello era corto y con una incipiente barba de color castaño oscuro como el mío. Me observaba con cautela y sin ningún tipo de remordimientos por lo que le hizo. Podía devolverme el golpe, y romperme la nariz, no importaría un poco más de dolor ni como tampoco dejar que todos aquellos me vieran.

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now