Capítulo 50 (Nuevo Anuncio)

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Neith

«Iba a matarla»

Desde que llegué a este lugar, mis pensamientos se habían vuelto mucho más peligrosos y sádicos como nunca antes. Ni en las carreras era tan competitivo, como a niveles extremos de eliminar a algún participante. Nada de eso. Pero ese lugar, me había transformado de mala manera. Me sentía sucio, traicionado y con las manos manchadas de sangre, sin ni siquiera aún habiendo hecho nada. ¿Cómo se podía sentir una persona tan ruín? Era un dilema, uno que atormentaba mi cabeza desde que m desperté tirado en el suelo de mi gran celda. Me dejaron allí tirado como un saco después de que me dejaran inconsciente. Lo último que recordaba era la humillación y el estupor de ese momento delante de la tribuna viendo cómo me iba a convertir en un asesino y un traidor. Lo peor de todo era que ni Zawna me había comentado aquello, y que sin mi consentimiento hablara en mi nombre. Ella no era nadie para hablar por mi, y menos estando presente. Tan solo tenía ganas de enfrentarme a ella y dejarle las cosas claras.

Me había mentido, vendiéndome su palabrería barata, haciéndome creer que ella iba a traicionar a la Corona, pero ni más ni menos, resulta ser que ella es la heredera de esta misma jerarquía. Todo se estaba saliendo de control y cada vez más, no veía ninguna opción de conseguir liberar a Xylia, porque no me veía ni a mi mismo poder salir de aquí.

Me había metido en un mundo peligroso, sin llegar a pensar que no podría poder salir inmune de aquel gran enredo. Estaba lleno de ira y si la veía atravesar por el umbral de esa puerta, la estamparía contra la pared. Pero para mi poca suerte, no la vi entrar por esa puerta. Ni a ella, ni a nadie. Tan solo abrían un poco la puerta para poder dejar la bandeja en el suelo. Marion ya no estaba, ya no se encargaba de mi. Me preocupaba que pudiesen haberle hecho algo pero lo peor era que la soledad empezaba a hacerse difícil de soportar. Recibía constantes ilusiones, seguramente por parte de la Bruja Roja. El caos, las llamas y la culpabilidad, siempre acompañaban a esas imágenes que me llenaban de angustia y además de agonía. No iba a quemar el poblado, ni ninguna parte de la naturaleza. Ese había sido mi hogar durante toda mi vida. Los recuerdos y las emociones vividas en cada rincón del poblado no iban a ser destruidas porque no lo iba a permitir. Nada ni nadie me obligaría a traicionar a mis principios ni a mi corazón, aunque el factor fundamental de todo esto fuera Xylia. 

Estaba cansado y mi cuerpo empezaba a flaquear aunque entrenase cada día varias horas, porque mi mente empezaba a resecarse. Y aunque, en esos mismos momentos, entrase alguien no me dignaría a dirigirle la palabra ni siquiera a mirarle. Me habían utilizado como un completo imbécil y que este mismo imbécil, se había acostado co la heredera de la Corona Roja.

«Mandaba narices el asunto»

Fui un completo estúpido que no supo contemplar bien la maldita realidad. Y ahora, esa maldita mujer pagaría las consecuencias, porque me encargaría de enseñarle que con Neith Woodheart no se jugaba.

Así pues, tras esos tres días, finalmente alguien se dignó a visitarme o a recordar que tenían a un idiota encarcelado en las catacumbas del reino. Esa misma persona se trataba de un centinela árido que por la poca expresividad de su rostro y lo bien entrenado que parecía, no tuve otra opción más que seguirlo. Me sacó de la celda y daba gracias que lo hiciera, estaba ya agotado de estar en un lugar tan lúgubre y solitarios. También pude llevarme la lanza prestada la cual la justició este mismo centinela, como si esperase algún ataque por mi parte, que nunca llegó. En cualquier caso, al salir de la celda, me llevó por unos túneles subterráneos lo bastante grandes y amplios como para ir de pie y con muchas más personas. El único sonido que resonaba en la estancia eran el tintineo de su armadura. Caminamos por varios minutos largos, lo bastante como para pensar que ese centinela se había perdido. Pero me equivoqué erróneamente al ver al final, en el lateral derecho del segundo túnel que cogimos en el cruce de cuatro túneles, una puerta del mismo estilo que la que tenía la celda en la que habitaba. En ese mismo instante, mis pocas esperanzas de salir fuera al exterior, de ayer on crepitosamente. Desesperanzado, intenté que ese soldado no viera mi expresión decadente. Así que sin más, opté por mostrarme con un rostro pétreo, cuando abrió esa puerta y avanzamos a su interior. Pero cuando alcé la mirada y vi unas escaleras en forma de caracol que daban directamente a la parte arriba, me sorprendí no pudiéndome imaginar que aún quedaba una mínima esperanza de poder salir de allí.

La Leyenda Áureaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن