Capítulo 33

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Neith

Era la hora, el maldito momento que había querido evitar pero que finalmente tuve que enfrentarme. Si la intención de esa bruja era engañarme, no lo conseguiría. Me mantendría centrado en las palabras que la Sabia Anciana me contó, ella debía de saber algo porque si no, esas palabras nunca hubieran sido pronunciadas. 

Tuve que enviar a Sage y a Lucca lejos de ese lugar, sabiendo que no quería que nadie más se percatara de aquel odioso encuentro. También sabía que Owen se quedó haciendo compañía a Ariel quién desgraciadamente se había declarado en rebeldía, tan solo una respuesta para el trauma que perduraría para siempre si no encontrábamos a Xylia.

Todos los malditos días le rezaba a la Diosa Madre en busca de una redención para la pobre Xylia, todos la necesitábamos de vuelta. Parte del poblado, empezaba a vivir de forma natural como era cotidiano pero muchos de nosotros, de los guardianes, nos aferrábamos a la idea de encontrarla. Las imágenes de ella completamente magullada y engrillada, me ponía la piel de punta y la ira me carcomía por dentro. Hubiera preferido ir yo mismo, me hubiera sacrificado por ella como lo hubiera hecho Owen. Tan solo tenía dieciocho años y a pesar de sacarle tan solo unos tres años, me rompía el corazón que se la hubieran llevado con esa edad.

Esa misma sensación que ya conocía, envolvió el ambiente y provocó que me estremeciera. No tenía miedo de una bruja, porque yo era el mejor guardián de esta generación, haría cualquier cosa para proteger el poblado y su gente. No iba a dejar que me engañara y menos que atacara a la ciudad. 

De pronto la vi, después de que un remolino de aire tan helado como el invierno mismo, con la misma ropa y con esa misma mirada demoniaca. Su cabello gris brillante y sus dientes negros afilados hizo que me acordara de la primera vez que la ví. Me mantuve en posición de ataque, tensando el arco y apuntándola directamente a ella. 

—Me engañaste, Bruja Roja —solté con desprecio fijándome en esas runas sobre su piel blanca.

Ella sonrió aún más pasando su lengua por sus dientes. 

—Yo no te engañé guardián, tan solo te aconsejé que leyeras los documentos de la Sabia Anciana —tensé la mandíbula.

¿Esto iba a ir así? Si quería que jugáramos, lo haría. No estaba dispuesto a que nadie se aprovechara de la horrible situación que estábamos para c

—¿Para qué, para saber qué eres la maldad personificada o que, en verdad, tan solo quieres utilizarme? —pregunté enfadado.

En cambio, la Bruja Roja se pasó una mano por su cabello. No parecía dada en absoluto, la verdad es que estaba muy calmada, tan calmada que empecé a cuestionarme que estaba tramando algo.

—¿Sabes quién me puso estas horrible runas en la cara? 

No respondí pero ella continuó mirándome caminando de un lado a otro, distrayéndome con la mirada.

—A esa maldita mujer a la que llamáis Diosa Madre, tuvo la santa indecencia de sellar mi maldad, mi poder,  y proteger este bosque de ella, enviándome junto a los demás aquelarres al Subsuelo del que una vez me convertí reina hasta que, a mi gente y a mí nos exiliaron —se detuvo, su mirada fría y su rostro pétreo, parecía tener sed de venganza —es hora de contraatacar y la única que puede borrar estos sellos, es esa estúpida niña.

—¿Xylia? —pregunté abrumado, sopesando sus palabras.

Esa maldita bruja quería volver a su hogar, el bosque. ¿Porqué la Sabia Anciana no me contó nada sobre esto? ¿Porqué lo omitió?

—Parece que la Sabia Anciana no te lo ha contado todo, ¿no es así? —la miré con desprecio.

Ya me preguntaría más tarde porqué la Sabia Anciana guardó esa información ya que lo crucial en estos momentos era centrarse en la amenaza que suponía esa mujer.

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