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La Noche Roja

Entramos a mi casa, por suerte el apartamento que pagaba con mi hermano estaba solitario. Seguramente él debía estar en una noche loca igual que la mía. Saqué unos refrescos de la nevera y la invité a mi cuarto. Antonella recorría mi intimidad con curiosidad, miraba todo. Se percató que yo no era tan oscuro como ella. 

—¿De verdad te gusta el metal? —me preguntó después de ver unos CD's que tenía sobre la repisa donde estaban mis libros favoritos. 

—Sí claro —contesté—. Pero no es lo único que me gusta —rectifiqué. De que otra manera cómo  explicaría ese álbum nuevo de 'Maroon 5' allí. 

—Entiendo —dijo, y se acostó sobre la cama, dejo el refresco en la mesita de noche y me invitó con la mirada.

Me acosté sobre ella y empecé a besar su boca, a apretujarla con mi cuerpo mientras mis manos recorrían sus medias de malla. Mis dedos acariciaban los agujeros, la tela, parte de su piel sin dejar de comerle la boca. 

La pequeña chica metalera abrió las piernas y las envolvió en mi cintura y yo hice fuerza con mis caderas simulando la penetración, cuando "crack" una parte de la cama se hundió después del sonido. ¡Se había partido una de las tablas, maldición!

Antonella se echó a reír y yo no pude sentirme más avergonzado.

—Problema de termitas seguramente —bromeé e ignoramos el hueco que se hacía en la cama y continuamos en lo nuestro. 

La despojé de la ropa como pude, le besaba el cuello mientras mis manos acariciaban su cuerpo que de apoco se quedaba desnudo al igual que el mío. No quise quitarle las medias mientras mi boca se regocijaba con sus pequeños senos. 

Ya estábamos en el momento crucial, donde los gemidos eran evidentes y yo estaba listo por meter toda mi humanidad dentro de ella. Y así fue... todo ocurrió muy rápido y se escuchó un pequeño grito. Ya estaba todo hecho. Lo había logrado, había llevado a una mujer a la cama después de tanto tiempo. Una que no pretendía ser mi amiga. Pero las cosas no eran tan buenas como parecían.

De pronto, la chica empezaba a quejarse mucho, a sentirse adolorida, y preocupado me detuve. Para mi sorpresa, la sabana estaba empapada de sangre, y el rostro de Antonella era tan rojo como eso. Estaba totalmente avergonzada. 

—¿Tu eres... ? —pregunté pero ella no me dejo completar la oración.

—¡Por Dios no!

La miré con desconcierto, no entendía nada. Si no era virgen, qué demonios estaba ocurriendo. 

—Creo que me ha llegado...

—¿Justo ahora?

Ella evitó que lagrimas cayeran de sus ojos y yo sólo pude imaginar la cara que pondrían mis amigos cuando supieran lo que había pasado la noche que prometía de todo. 

¿Esto era mejor que terminar siendo el amigo gay de todas? 

Friendzone: Una tonta historia de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora