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El destino de Elizabeth


Elizabeth me guiaba por una calle bastante antigua de la ciudad, aún conservaba esas piedras que sobresalen con las que fueron construidas a principios de siglo, y las casas de alrededor se veían muy coloniales. Unas estaban renovadas, y otras parecían dignas de un museo. 

—Vives bastante lejos —puntualicé cuando finalmente entramos a un edificio rojo y desgastado. 

—Es el mejor lugar para vivir, y el más tranquilo. Es por eso que siempre debo tomar un taxi en las noches, nada más me traería aquí.

Subimos por las escaleras, el edificio estaba dividido en varias apartamentos. Era tarde en la madrugada, y se podían escuchar algunas risitas, y gente divirtiéndose detrás de cada puerta de madera que pasábamos. 

El edificio entero estaba con vida.

—La gente que vive aquí aun conserva muchas costumbres, y cuando se acerca la navidad se ponen muy festivos —comentó ella cuando finalmente llegamos a una puerta de madera parecida a todas las demás que habíamos visto, en un quinto piso. 

—¿Cuánto llevas viviendo aquí?

—Este fue el apartamento que mi papá decidió pagarme cuando empecé mis estudios universitarios. Y aquí estoy desde entonces. 

Entramos al apartamento y a diferencia del que me encontraba hace unas horas, era limpio, pero no meticuloso. Era pequeño, estaba dividido en cuatro espacios, la cocina integral pequeña con una barra que la separaba de un pequeño comedor. Después estaba la sala, con una poltrona vieja y una mesita de noche y sobre ella una lampara . Al frente estaba el smarthtv pegado a la pared, al lado una pequeña puerta corrediza de cristal que daba a un acogedor balcón con unas plantas enredaderas adheridas a la pared que la hacían ver muy chula. 

—Lindo lugar —dije.

Ella sonrió. 

—Ven —me incitó a entrar, yo decidí salir al balcón porque de toda la casa, ese lugar me parecía tan italiano. Se podía ver toda la ciudad, el edificio de enfrente, era tan solo de 4 pisos, dejando ver la expansión de a ciudad al norte. 

Elizabeth llegó minutos después con una bolsa de hielo, y un botiquín para limpiar mis heridas. 

—Estoy bien —le dije, pero ella me ignoró y continuó aliviando mis heridas. 

—Ahora si cuéntame —empezó ella—. Cómo es que en una noche te ves como si hubieras perdido todo lo que te mantenía cuerdo. 

Yo desvié la mirada y contemplé el cielo, preguntándome cuanto faltaría para el amanecer.

—Hoy me quedé sin amigos —contesté. 

—Aún no —Elizabeth sonrió con gracia. 

—Tú sigues apareciendo como si fueras parte de mi destino —me atreví a decir. 

Recordemos que aún estaba un poco alicorado, aunque hubiese sido una noche acalorada. La valentía parecía ser una característica más del whisky. 

—No tienes suerte con el destino —respondió sin sonreír y terminando de curar mis heridas.

—¿Por qué no? 

—Porque si lo que quieres es tener algo conmigo no vas a poder.

—¿Tienes novio?

—Tengo un viaje de ocho meses. Así que tu obsesionado destino, al parecer quiere que sólo seamos buenos amigos. 

Intenté contener la risa. 

—Ese es mi destino.

—¿Perder a tus amigos o estar siempre en la friendzone? —ella sonrió pero esta vez muy diferente, como si de pronto, mi compañía de verdad le diera una autentica felicidad. 

Friendzone: Una tonta historia de AmorWhere stories live. Discover now