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El Aeropuerto


El cielo estaba despejado, y el vuelo que esperaba ya había aterrizado. Tenía mi cabello bien peinado tirado hacia un lado esperando verme más atractivo. Habían pasado más de ocho meses desde que Elizabeth se había ido a España. Había hablado con ella poco por teléfono porque permanecía muy ocupada. Sin embargo, le pedí a su hermano dejarme recogerla y llevarla a casa. 

Las personas empezaron a salir de migración, raramente ese día el aeropuerto parecía estar atestado de gente. Algunas personas que tenía la mirada perdida por tener que volver a su antigua vida, y otro con los ojos encendidos de pasión porque aquí empezaba su nueva aventura. Era irónico como para unos las cosas empezaban y para otros las cosas terminaban.

Sonreí al pensamiento. Yo no tenía ni la más puta idea si lo que estaba haciendo allí, si era para empezar algo o para concluirlo. 

«Ella te quiere» recordé la voz de Anderson en mi mente. 

«Tú le gustas desde hace mucho» había dicho en algún momento mi mejor amiga. 

«¿Vas a buscarla? De verdad estas loco» eran las palabras de aliento de mis anteriores amigos, con los que poco hablaba ahora, aún más después de saber que Daniel y Annie estaban comprometidos. 

Me mordí el labio. A pesa de todo, eso aún me lastimaba el ego. 

Entre mis cavilaciones una cabellera rubia me había deslumbrado. Elizabeth había cambiado mucho su look, caminaba con clase, tenía unos tacones negros que dejaban ver sus uñas arregladas, un jean ceñido al cuerpo, y una blusa negro que dejaba ver sus hombros. Tenía la mirada baja y caminaba con el teléfono celular en las manos tratando de comunicarse con alguien con quién no podía. Se le veía el rostro ofuscado.

Tragué saliva, sujeté con fuerza las flores que llevaban en las manos temiendo que fueran a resbalarse con el sudor de mis palmas. 

«¡Carajo cálmate cabrón!» me animé. 

Empecé a caminar en su dirección hasta que alzó la cabeza y su mirada se cruzó con la mía, sus ojos se abrieron de par en par y sus labios hicieron la comisura de una sonrisa torcida que no parecía de alegría pero si de sorpresa. 

—¡Jack! —dijo en cuanto estuve cerca para escucharla mientras la muchedumbre pasaba por nuestro lado sin prestarnos el mayor interés. Allí, en medio de los pasillos del aeropuerto se gestaba una historia que todos ignorábamos, porque así somos los humanos, nunca nos detenemos observar que está ocurriendo a nuestro alrededor. 

—Liz... Te ves diferente —dije con una sonrisa de tonto, sabía que era de tonto, sentía que la cara me ardía y aunque no pudiera verme, estaba completamente seguro de que parecía un idiota. 

Ella sonrió.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a recogerte —contesté y le mostré las flores—. Para ti.

Ella las recibió, me dio las gracias y un beso en la mejilla.

—¿Mi hermano te pidió que vinieras a recogerme? —quiso saber ella, como si las flores solo fueran otra tonta coincidencia. 

—Me ofrecí yo —contesté—. Tenía muchas ganas de volver a verte.

Elizabeth se sonrojó, me dio un abrazo y empezamos a caminar en dirección de la salida mientras yo cargaba su maleta y ella las flores. En el camino, me contó todo lo que había aprendido en España, lo lindo que se sentía volver a estar con su madre, y la sensación de paz que había adquirido en un lugar tan lejos del caos que era su vida aquí. 

Finalmente llegamos a su antiguo departamento que me recordó esa noche donde compartimos nada más que un café. Era un lugar acogedor aunque olía a humedad por el abandono.

—Sólo quedaba café en la alacena —dijo al llegar a la sala con dos tasas de café en sus manos. 

—Elizabeth... —ella extendió la tasa de café y me calló la boca. 

—Se porque estás aquí Jack —dijo ella, de pronto ya estaba muy sería. Tenía la mirada fija en mí, y no se inmutaba. Su boca era una linea recta sin la mayor expresión—. No puedes pretender reclamar algo que nunca ha sido tuyo, y aún después de ocho meses donde no hablamos casi nunca.

—Te llamé —me defendí.

—Si, en el último mes... —Ella se sentó y de pronto cambió su actitud parca a una más conciliadora—. No te interesaste ni siquiera en conseguir un móvil nuevo para llamarme, para escribirme, para saber como era mi experiencia. Un detalle como ese, tan simple, me habría recordado que existías, que había algo aquí para mí. 

—Elizabeth...

—No Jack, dejaste clara tus prioridades en el momento que me fui. Y hasta donde sé, la pasaste muy bien con mi hermano. 

Yo agaché la mirada. No pude decir nada.

—Estoy aquí, por muy poco tiempo —continuó ella—. Tú tendrás que seguir con tu vida amigo desconocido, porque yo continúe con la mía, y me ofreció un excelente hombre que esta dispuesto a esperarme de verdad. Y quiero seguir en España, con él o sin ti. Es lo mismo.

Tomó su móvil y me enseñó unas llamadas perdidas de un tal Jacobo. 

—Quiere saber noticias de mí, quiere saber al menos que llegue viva —Elizabeth estaba siendo completamente despiadada—. Sabes, aunque no te conozco de nada, te admiro mucho y me hace muy feliz verte. Pero creo que estás perdiendo el tiempo aquí conmigo.

—Aunque fue poco —conteste evitando que mi voz se quebrara por completo—. Compartir contigo nunca fue una perdida de tiempo —me levanté de la silla y deje la tasa de café sobre la mesita—. Ni siquiera este momento lo fue —le sonreí—. Te veré después —dije finalmente y caminé a la salida.

—Jack —me retuvó Elizabeth, volteé la cara y la mire con tristeza—. Lo lamento, la vida siempre te depara destinos que no están en nuestros planes. 

Sonreí y salí del apartamento. 

¿Qué coñó ocurría conmigo? ¿Era acaso el tipo de hombre que conocen las chicas antes de conocer a sus verdaderos amores? ¿Yo era la experiencia que les enseñaba que el amor verdadero es otro? 

Sí es así, el destino del que hablaba Elizabeth era una mierda. 

Friendzone: Una tonta historia de AmorWhere stories live. Discover now