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El Muelle


Caminamos por el centro de la ciudad, ella había comprado una lata de cerveza y yo también. Había terminado de fumar su porro y parecía que le hacía efecto, decía bobadas, y se reía de todo. Me hacía reír a mi también. 

Vanessa corrió hasta el viejo muelle de la ciudad, cruzamos varios autos aparcados donde había un montón de parejas follando. Ni siquiera cuando veía porno había visto tantos penes aglomerados en un punto. Sin embargo, los cruzamos y terminamos allí. En medio de unas tablas viejas, y bastante inseguras. 

—Este es uno de mis lugares favoritos —dijo.

Miré a mi alrededor, cerca de la playa, habían otras personas bebiendo, conversando y fornicando. Hacía mucho tiempo, que iba por allí. La ciudad era grande, y tenía muchos otros lugares en realidad hermosos como para perder el tiempo, en la parte más acabada y desgastada. Pero ahí estaba yo, intentando impresionar a una mujer que no conocía de nada. 

Nos quedamos charlando y bebiendo la cerveza con los pies en el aire, por encima del agua, cuando Vanessa se levantó, tiró la lata de cerveza vacía, y se quitó la blusa de un tirón. 

—Vamos a hacer algo divertido —dijo mientras desabotonaba sus shorts de jean. Tenía un sostén negro y una los lindos interiores de encaje que le hacían juego—. ¿Te atreves? —me preguntó.

—Estás loca, esto es el pacifico, ¿sabes cuán fría estará el agua? —contesté—. No estamos en una película Vanessa, hacer eso es absurdo —sé que con mis ojos ella entendió mi sorpresa.

—Eres un cobarde —se quitó el sostén y también las bragas antes de lanzarse de cabeza al mar. 

Me quedé boquiabierto por dos razones. La primera; tenía unos senos hermosos, y estaba depilada. Y la segunda, ¿en qué mierda estaba pensando esa mujer para lanzarse así al agua a la madrugada? 

Salió en un segundo a tomar una bocanada de aire, con los ojos desorbitados y muy abiertos.

—De acuerdo, ha sido una mala idea —dijo chasqueando los dientes del frío. 

Yo no pude aguantarme y solté una carcajada. 

—Nada hasta la orilla —le dije mientras tomaba su ropa y salía de ese viejo muelle de madera. 

Vanessa llegó unos minutos después, no paraba de temblar, y tenía morado los labios.

—¿Qué clase de idiota eres? —le dije riéndome.

—Que que que quería, ha ha ha hacer algo... di di divertido.

No pude volver a reírme. La abracé con todo mi cuerpo sin importar que me mojara también con tal de cubrirla del frío y ayudarla a calentarse. 

—Sí qué ha sido divertido —concluí después de mirar a los ojos y darle un beso para calentar sus labios. 

Ella se vistió, se sentó en la arena tiesa, y yo me senté con ella. La rodeé con los brazos, pues seguía temblando. 

—Puede que no sea tan divertido como tú —dije—. Pero, soy un poco más inteligente.

Ella contuvo los temblores y se echo a reír. 

Friendzone: Una tonta historia de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora