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Jack el Gladiador


Tras recibir el puñetazo de mi mejor amigo, no sólo me golpeó físicamente, sino también el ego, las emociones, y el espíritu. Me dolió la cara, y el alma. Era la prueba de que algo se había empezado a quebrar entre nosotros. Pero yo también sentía rabia, me sentía discriminado, y juzgado; por primera vez después de tantos años de amistad me estaba enjuiciando. 

Así que tras sentir su puño retirarse de mi cara, pelé los dientes y le deje ver el más sanguinarios de los Jacks que tengo dentro... El gladiador. 

Me abalancé sobre Daniel, como si fuese una tackleada en fútbol americano y caímos sobre el suelo de cemento, dimos algunas vueltas, mientras escuchaba a la gente a nuestro alrededor impresionarse por la pelea que se efectuaba altas horas de la madrugada. Bloqueé uno de sus puños mientras estaba sobre mí, y lo empujé. Daniel cayó a un costado y yo arremetí golpeándolo un par de veces en la cara. 

Estabamos como poseídos. 

—¡Ya basta! —gritó una mujer y varias manos me tomaron de los hombros y la espalda, alejándome de mi mejor amigo, o ex mejor amigo, o de lo que sea que fuéramos a estas alturas de la vida. 

Ambos teníamos los labios partidos, rastros de sangre, las camisas arrugadas con algunos botones perdidos y todo lo demás empolvado. 

—La pelea termino —dijo de nuevo la voz de una mujer detrás de mí. 

Sin embargo mis ojos seguían fijos en Daniel.

—Ya, ya, ya entendí —dijo y se separó de las manos que lo sujetaban a él—. Espero que estés feliz. Al final conseguiste ser el hombre más idiota del mundo —Daniel me dio la espalda y echó a andar, desapareciendo de mi vista y dejando en mi una severa tristeza.

Cansado me senté en el suelo y vi como las personas que nos habían separado iban desapareciendo de a poco, sin hacer ninguna pregunta. 

—Tal vez, necesiten un poco de hielo. Por suerte para ti, vivo cerca de aquí —esa voz de pronto me pareció familiar. Me giré para ver a la mujer que había estado hablando desde hace rato. 

Elizabeth estaba a mi lado inclinada, con una de sus manos en mi hombro y con una sonrisa radiante. No tenía gabardina, ni nada elegante. Tenía unos jeans, unos converse, y una camiseta negra casual.

Yo intenté sonreír, pero no pude.

—Debes dejar de buscarme cuando tienes un ojo morado —dijo con dulzura.

—Soy un hombre rudo —bromeé. 

Ella se rió. 

—Ven —dijo ayudándome a levantar—. No puedo dejar que mueras, porque sino, perderé mi paraguas para siempre. 

Friendzone: Una tonta historia de AmorWhere stories live. Discover now