| | «C a p í t u l o 30» | |

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I

Los pueblos pequeños tienen muchas desventajas, y Santa Irrelde no es la excepción a la regla. Más allá de la ignorancia generalizada, de los malos modales y de la falta de comodidades, nos encontramos ante el inconveniente del aislamiento. Aquí no hay servicio de transporte. La mensajería es solo escrita —cartas, periódicos y anuncios reales— y funciona cada dos semanas. Para paquetes o envíos de mayor envergadura hay que ir a otro pueblo un poco más urbanizado que queda a tres días de viaje por aire.

Nuestros planes iniciales no incluían una parada en Piedra Blanca, pero necesitamos hacer llegar los huevos de tecku-tacka y las cartas con copias de la documentación sobre la compra de la empresa Sandbow a la mansión Gray. Y pronto. Sería demasiado problemático, incluso para mí, si las criaturas que cargamos nacieran antes de arribar a destino.

Debemos partir de inmediato. Encargamos a nuestros nuevos socios los preparativos de las monturas de viaje para que estén listas para alzar vuelo en la mañana, a primera hora. Es imposible salir de aquí antes de ese momento.

De regreso en la taberna, cenamos en nuestras respectivas habitaciones porque Dorian quiere evitar cualquier influencia mía. El hospedaje y nuestra deuda de comidas consumidas quedaron saldados. Dejamos una buena propina para evitar que se hable mal del joven Gray o que falsos rumores se esparzan luego de nuestra partida.

Con el equipaje listo, los mortales se van a dormir antes de la medianoche.

Sibyl rueda de un lado al otro de la cama porque se siente sola y porque desearía compartir el lecho con mi protegido. Junto al colchón descansan los huevos de tecku-tacka, latentes y tibios.

Dorian está incómodo, bebió un vaso de whisky con prisa con la esperanza de que el alcohol lo ayude a cerrar los ojos. Dudo que se rinda al sueño antes de la madrugada.

 Dudo que se rinda al sueño antes de la madrugada

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II

Me aburro. Siempre me aburro. La humanidad es tediosa, monótona. Se centra en una rutina sin sentido. Las masas se mueven como ganado, ¡si hasta he visto unicornios con más personalidad que los mortales!

Los que duermen temprano le ponen fin a mi entretenimiento. Los que se quedan despiertos en el bar no logran sorprenderme: beben, se golpean, apuestan y tienen sexo. Nada nuevo, nada interesante. Es siempre lo mismo. Incluso los más osados, aquellos que escapan de sus hogares en busca de calor en brazos extraños, son rutinarios.

Santa Irrelde es especialmente monótona. El pianista toca las mismas canciones todas las noches. Las personas piden las mismas bebidas, hablan sobre los mismos temas y se pelean por los mismos problemas. Se acuestan con las mismas prostitutas y roban siempre en el mismo callejón. No tengo nada que hacer aquí, así que dejo que mi esencia regrese a Alangtrier.

En el palacio, el rey se entretiene con sus cuatro prostitutas preferidas. No parece haber notado la ausencia de Sibyl, o quizá no le importa. James Vane, sin embargo, sí sufre por la ausencia de su hermana.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora