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I

Dorian está en el centro de la multitud. Su belleza irradia más luz que cualquier candelabro de cristal; los relámpagos que fulgen en el exterior son pálidos en comparación con el brillo de su alma. Se mantiene puro, de alguna forma, a pesar de estar rodeado de un centenar de humanos ya corruptos. Tiene la sonrisa pintada en el semblante, tatuada con la precisión escultórica de un maestro artesano. Es hermoso y lo sabe. Todos lo saben.

No necesito inmiscuirme en sus pensamientos para saber que ha nacido con el don de la belleza, una habilidad perenne. Solo un ciego sería incapaz de ver semejante obviedad. Me pregunto si el joven comprenderá la caducidad de su encanto. Pienso con deleite en todas las formas posibles de romper su inocencia y arrancar la pureza que se aloja en su interior. No hay sabor más delicioso que aquel. Siento que se me hace agua la boca con tan solo imaginar el deleite que me causaría el degustarlo. Deseo probarlo.

He de admitir que no es la primera vez que observo a Dorian. Llevo años rondando el reino y en más de una ocasión he reparado en la fragilidad de su seguridad, en la debilidad de su joven e inocente pureza. Si no me he acercado antes fue por simple indolencia.

Hoy, sin embargo, su alma brilla más que de costumbre. Me siento famélico y estoy aburrido de observar el vaivén del tiempo. Me acercaré por fin a él. Buscaré la forma, la excusa indicada para quebrar su confianza.

Me aproximo a él, intangible. Permito que la tormenta me guíe e ingreso al festejo sin invitación alguna.

—¿Un chico tan encantador como usted no ha encontrado aún a la compañera ideal? Me han dicho que la hija del duque de Amder será presentada pronto en sociedad. Los rumores aseguran que es bonita, aunque un tanto despistada. ¡La mujer ideal! —asegura un hombre de bigote grueso y sombrero pequeño—. Si es tan bella como me han contado, seguro podrá asegurarle buena descendencia.

—Y si no es demasiado inteligente, no será un obstáculo para su futuro. Créame, Dorian, no desea una esposa con cerebro. Para eso estamos nosotros —añade otro señor de escasa estatura y chaleco púrpura.

"Si tan solo supieran que las damas no son inferiores", pienso decepcionado. Un mundo regido por mujeres sería mucho más entretenido de observar.

Ambos caballeros ríen ante sus propias palabras. Las mejillas enrojecidas son un signo claro de ebriedad. Sostienen copas vacías en sus manos y buscan de reojo a algún sirviente que pueda proporcionarles una nueva bebida.

Dorian les devuelve una sonrisa amable, pero no contesta de inmediato. Creo adivinar que por su cabeza pasan posibles respuestas que no se atreve a pronunciar, que busca la forma de alejarse sin ser descortés. Como buen heredero de una familia adinerada, favorece mentir o esconder sus verdaderas intenciones porque le teme al qué dirán, a las ofensas que perjudiquen su estatus.

—Me temo que preferiría esperar un par de años más antes de tomar una decisión que marcará el resto de mi vida. Actuar con prisa no es una de mis virtudes, caballeros —dice Dorian y esboza una leve sonrisa—. Definitivamente estaré atento a la joven de Amder, en caso de que siga soltera cuando yo decida formar una familia. Agradezco sus consejos.

Contengo una carcajada. El joven tiene el puño cerrado detrás de su espalda, no tolera la interacción con los otros dos caballeros. Quiere escapar de ellos, pero no sabe cómo hacerlo. Comprende que sería descortés dar media vuelta y marcharse.

Es mi oportunidad. Rescataré a Dorian de sus infortunios y le traeré nuevas preocupaciones.

Permito que un soplo de viento repentino estremezca a la multitud. Pelucas quedan fuera de sitio, algunos sombreros vuelan un par de metros y las faldas de menor calidad se alzan para revelar incómodas crinolinas. En la conmoción, Dorian se desliza con agilidad hasta donde se encuentra su madre.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora