| | «C a p í t u l o 33» | |

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I

Dorian está furioso. Su Vert clama en silencio por una salida que le permita exteriorizar las emociones. La frustración se le escapa por los poros junto con la ira que contiene. Su hermoso rostro no se deforma, no pierde la gracia perfecta de sus facciones, pero en su interior se desata una temible tempestad. Es una tormenta encerrada en un frasco diminuto.

Hace numerosos siglos que no presencio algo tan horrible como el Vert de mi protegido en estos momentos. Su instinto asesino hierve a flor de piel, aunque quiera ocultarlo. Sabe, o supone al menos, que es mi culpa lo ocurrido. Comprende que yo no duermo, que permití que los huevos fuesen arrebatados de Sibyl Vane, aunque no tiene idea de mis motivos.

Aunque quisiera poder hacerlo, Dorian no la culpa a la chica. La desprecia sin dejar que recaiga sobre la ella el peso de un suceso que no podía controlar. Además, la necesita. Sibyl Vane puede guiarnos rumbo a la guarida de los maleantes.

Mi protegido odia depender de otros, no soporta la idea de necesitar la asistencia de una mujer, ¡de una prostituta sin educación! Alguien como él, un noble, jamás debería requerir de los favores de personas inferiores. Usarlos por conveniencia o comodidad es una cosa, no poder cumplir un objetivo sin su apoyo es otra.

Ni siquiera puede tratarla mal y es incapaz de lastimarla. Dorian tiene que mantener el aprecio de nuestra acompañante intacto en caso de que haga falta utilizarla como coartada o como ficha de intercambio en una ocasión futura. Poseerla como aliada le conviene. No sé si logrará contenerse, temo que tarde o temprano mi protegido explotará y la matará por una simple rabieta. El futuro de la muchacha Vane es incierto.

Entre bufidos casi inaudibles, Dorian se lava el rostro con el agua helada del riachuelo para despejar su pésimo humor.

Sibyl aprovecha el pequeño descanso para regresar al claro y asegurarse de que nuestras monturas sigan allí, a salvo de los ladrones. Se siente culpable por no haber notado lo que ocurría, por no haberse despertado. No tiene ni la más mínima sospecha de mi intervención.

Mientras ellos hacen sus cosas de humanos, yo dejo volar mi existencia para evaluar mejor la situación. Los bandidos se encuentran a unos seis kilómetros de distancia, pero el bosque es tan espeso que la caminata nos tomará el día entero. Se puede ahorrar tiempo si se avanza por la corriente de agua, pero eso delataría nuestra presencia antes de lo previsto. No es una buena idea.

El grupo completo de criminales está compuesto por siete miembros. El líder está ya entrado en años, casi sin cabello y de barba blanca. Dentro de una carpa improvisada, observa un mapa y hace anotaciones que no me preocupo por revisar. A su alrededor, otros tres hombres jóvenes se concentran también en la geografía. Guardan silencio.

El parecido de los cuatro es innegable. Seguro son familiares. Quizá padre e hijos. O tío y sobrinos. No puedo asegurarlo.

Fuera del campamento, uno de los hombres cocina pescado en la fogata central mientras que los otros dos montan guardia entre cinco grandes jaulas, son jóvenes. ¡Ahora sí puedo ver a las criaturas que han capturado! Son interesantes, aunque no tan exóticas como esperaba.

Un minotauro todavía lucha, incansable, por su libertad. Golpea las rejas y sacude su prisión, pero no logra escapar. Numerosas heridas cubren su cuerpo. No sé si sean a causa de su disputa con la celda o como castigo recibido de parte de los humanos. Sus quejidos son graves, pero no demasiado sonoros. Pareciera que la voz se le ha quebrado de tanto gritar.

Las demás criaturas no se mueven. Su voluntad se ha rendido ya. Aceptaron lo que sea que les espera con resignación. Quiero saber más sobre ellos y, al mismo tiempo, no deseo tomar la salida fácil y averiguarlo con mis poderes. Deberé aguantar mis ganas, mis ansias, hasta que los alcancemos en cuerpo y no solo en espíritu.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora