| | «C a p í t u l o 19» | |

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I

Dos días más tarde llegamos por fin a la última ciudad cordillerana dentro de los límites del reino de Alangtrier. Se trata de un sitio civilizado y moderno, con un clima similar al de la capital. La única gran diferencia es que aquí viven personas nacidas bajo el símbolo de Idhurth, humanos conquistados y sometidos por el poder de las tropas de Reuben VI durante la última guerra.

Las calles todavía están colmadas de soldados armados que se aseguran de que la conversión de un reino al otro no cause altercados luego de la reorganización y el cambio de límites. Varios años han pasado ya desde el final del conflicto, pero aún quedan pequeñas facciones que se oponen a arrodillarse ante un nuevo monarca. Es la primera vez que visito la zona luego de la batalla y debo admitir que la diferencia es notoria. Supongo que varios de los edificios originales sufrieron daños irreparables en el combate, porque casi todas las construcciones son modernas y están todavía sin terminar; hay fachadas despintadas y muros a medio alzar; se ven cimientos y trabajadores en todas las direcciones. Calculo que, en menos de una década, la situación volverá a la normalidad, salvo que otra guerra caiga sobre la ciudad.

Somos recibidos en las afueras del centro por nuestro anfitrión, el marqués de Labrarith, dueño de la única mansión fronteriza en pie. Desde sus edificios anexos parten las patrullas que controlan el nuevo límite entre ambos reinos. El hombre es un general retirado al que se le ha concedido un título menor dentro de la nobleza por haber conquistado la ciudad. Ahora, ejerce su poder como representante real de Alangtrier.

Su hogar no ocupa ni siquiera un tercio de la mansión Gray. Es una construcción nueva e improvisada, con supuestos lujos que se ven bien a la vista, pero que en realidad son de mala calidad. Imitaciones de obras de arte y de tapices adornan los pasillos.

Al menos, poseen un establo lo suficientemente completo como para cuidar de nuestras monturas durante algunos días.

El general es un hombre ya entrado en años. Una cicatriz recorta su rostro en dos partes, desde la frente y hasta la punta de su nariz; roza su ojo derecho, aunque sin tocarlo. Él es casi tan alto como yo, pero ha perdido gran parte de su cabello y no parece estar dispuesto a colocarse una peluca. No es bello en lo más mínimo.

Nuestro anfitrión no cierra la boca ni por un instante. Suelta con orgullo una sarta de anécdotas e historias que a nadie le interesan. Se nota que su soledad le afecta bastante y que la llegada de visitantes le permite, por fin, decir aquello que guarda. No tiene familia y tampoco confía en la servidumbre nacida en la ciudad, así que tan solo puede hablarles a los soldados, a las paredes y a fantasmas de su pasado que no pueden oírlo o contestarle.

El marqués de Labrarith explica cuáles son sus trofeos de guerra. Para cada objeto que pasamos en nuestro recorrido por los pasillos hay una historia interesante que contar. Nosotros no respondemos, pero el hombre no parece notar nuestra distracción. Solo habla y habla, sigue hablando. Ni siquiera deja tiempo entre sus palabras para que le contestemos.

Cada tanto, Dorian asiente, cansado y aburrido. Solo desea que le indiquen cuál es su habitación. Quiere darse un baño de verdad, en una tina limpia y con agua caliente. No está acostumbrado a realizar viajes extensos y jamás pensó en la incomodidad que le causaría no poder mantenerse impoluto y no tener empleados que se encarguen de sus necesidades. No parece arrepentido de su decisión, pero ciertamente comienza a notar que las cosas no irán con tanta simpleza como él creía.

El plan es pasar aquí dos noches por asuntos que no están estrictamente relacionados con las monturas. Dorian ha averiguado que, entre la gran colección de arte que se expone en este palacio, se encuentra una pintura de la difunta madre del general cuando era joven. Los rumores sobre la hermosura de esta imagen son míticos en Alangtrier, pero muy pocas son las personas que han tenido la fortuna de ver el retrato en persona. Y, si es aunque sea la mitad de bello que la imagen creada por Basil, entonces mi protegido desea comprarlo. También ansía inspeccionar el resto de la colección privada del marqués en busca de otros tesoros para exponer en su mansión a nuestro regreso, y en el palacio algún día. Solo las obras de arte más hermosas del continente son dignas de adornar el hogar de Dorian Gray.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora