| | «C a p í t u l o 29» | |

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I

Sibyl Vane guía nuestro andar. Se abre paso entre la maleza del bosque que separa Santa Irrelde de otras aldeas. Avanza con lentitud, insegura. No le teme a lo que pueda hallar en su camino, sino que le preocupa decepcionar a Dorian. Es la primera vez que intenta utilizar su don. No lo comprende ni tampoco sabe qué tan efectivo sea, pero quiere ser útil. Se esfuerza.

En este continente, todo niño comienza a mostrar signos de sus dones en algún punto entre los cinco y los diez años de edad. Y son los capilanos, aquellos cuyo don es leer los dones de otros —vale aclarar que odio las repeticiones y redundancias inevitables—, quienes identifican, anuncian y clasifican a la población. Los dones están documentados en las bibliotecas reales de cada territorio. Hay centenas de volúmenes ordenados cronológicamente que listan a cada habitante pasado y presente, su fecha de nacimiento, su nombre, su especialidad e incluso su defunción. Esto se hace como medida de seguridad, para facilitar la aprehensión de criminales y para reclutar jóvenes en época de guerra según sus habilidades. Algunos dones son más comunes que otros. Cada varios años surge una capacidad única y jamás vista.

Se dice que el don no define a las personas. Esto, claro está, es una mentira.

A diferencia de la mayor parte de la población, Sibyl Vane nunca tuvo la posibilidad de poner a prueba su capacidad de rastreo. No sabe cómo funciona o qué esperar, qué percibir. Ella no lo dice en voz alta, pero se pregunta si debe olfatear como un perro, escuchar con cautela o dejarse llevar por su instinto. El capilano le dijo alguna vez, si su memoria no falla, que sostener un objeto relacionado al ser vivo que busca es la clave. Por eso, ella se aferra con fuerza a una pluma que nos entregaron los Sandbow. La encontraron en el bosque algunos veranos atrás y decidieron guardarla como amuleto.

Nos movemos a ciegas.

Apenas si sabemos cómo se ve la criatura que buscamos y no tenemos demasiada información al respecto de su comportamiento. Nadie en el pueblo ha sabido decirnos con seguridad de qué se alimentan los tecku-tacka, cómo viven o si existen épocas en las que hibernan.

Lo que se ha pasado de forma oral varía según quién lo narre. Algunos dicen que es una criatura vegetariana, otros afirman que se alimenta de carne cruda. Nos dijeron que se puede volver invisible, que es capaz de volar, que mide cinco metros y también que cabe en la palma de una mano. La única certeza es que se trata de un ave colorida.

Las descripciones son vagas, las ilustraciones en la casa de los Sandbow reimaginaban a la criatura con exageración.

Llevamos ya casi cuatro horas caminando. El sol del atardecer se cuela entre las ramas de los árboles cada tanto. La mayor parte del recorrido lo hicimos en dirección norte, pero por momentos nos desviamos un poco hacia el oeste. A este ritmo, llegaremos al siguiente poblado antes del anochecer. No tenemos un guía, solo el mapa que trajimos con nosotros desde Alangtrier y que, creo yo, está desactualizado y mal dibujado.

Si Sibyl no puede llevarnos a la criatura y luego de regreso al pueblo, estaremos perdidos... porque yo no planeo ayudarlos a encontrar el camino correcto.

—Esto es una pérdida de tiempo —dice Dorian sin pensarlo. No está acostumbrado a las excursiones. Tiene los pies adoloridos y el rostro sudado. Un par de hojas secas se han enredado en su cabello.

Se ve hermoso, salvaje. Esta es otra faceta de su atractivo que acabo de descubrir. Con la camisa a medio abotonar y algunas manchas de lodo seco que se ha salpicado al caminar, mi protegido tiene el aspecto de un predador peligroso, de esos que atraen a las presas con su belleza antes de atacarlas. Sí, eso es exactamente lo que es él. Desprolijo y sucio, su aspecto es más natural.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora