| | «C a p í t u l o 26» | |

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I


El trayecto a Santa Irrelde es apacible. Nos detenemos apenas por un par de horas para descansar por la noche. Hemos dejado atrás las comodidades de una mansión y nos acercamos ahora al austero hospedaje que nos ofrece esta aldea.

Solo dos posadas tienen sus puertas abiertas. Ninguna de ellas es lujosa. Hemos optado por la más nueva, tal vez con la ilusa esperanza de encontrar allí mejores condiciones. ¡Solo espero, por la estabilidad mental de Dorian, que las camas no sean de paja!

Un cartel tallado en madera anuncia el nombre del establecimiento, Bar de Irrelde, simple y poco original. En la planta baja se encuentra la improvisada taberna. En el segundo y tercer piso, una serie de habitaciones alojan a los escasos visitantes que deciden detenerse en la aldea.

Nos dice el dueño que la primera planta está reservada para clientes especiales del bar. Es fácil asumir que este sitio funciona, además de como taberna, como prostíbulo o cabaret. O, tal vez, como hotel alojamiento para las aventuras nocturnas de los pueblerinos.

Decidimos tomar el resto del día para descansar y enviamos un mensaje a nuestro contacto para avisarle que visitaremos su criadero por la mañana. Luego, nos separamos.

Yo me encierro en mi habitación y me torno inmaterial. Divido mi presencia entre Dorian, Sibyl y el resto del pueblo.

Mi protegido se ducha, incómodo, bajo el agua apenas tibia del lugar. Es la primera vez que ve un baño sin tina y lo aborrece, siente que es lo mismo que pararse desnudo bajo la lluvia.

La joven Vane toma una ducha sin quejas ni inconvenientes. Se recuesta luego para recuperar energías.

La monotonía de sus rutinas mundanas me aburre.

En el pueblo no hay mucho por hacer. La tarde es letárgica y pareciera que los habitantes descansaran en sus hogares. Algunos adolescentes se divierten en el río, pero más allá de eso, no hay nada para ver. Esperaba encontrar algo con lo que entretenerme, aunque asumo que la mayor diversión que hallaré en este pueblo será el disgusto de Dorian.

Me alejo en busca de noticias sobre Alangtrier.

Reviso con prisa la mansión Gray en el reino vecino. Basil todavía no ha recibido las cartas ni los cuadros que enviamos. Su aspecto se ha deteriorado bastante por la falta de sueño. Sigue obsesionado con la búsqueda del retrato y abatido por la falta de inspiración. Me tienta ayudarlo, abrir la puerta secreta y permitirle observar el alma podrida de su empleador. Sin embargo, me resisto. Creo que será mucho más interesante si espero a que la degradación haga que el bello rostro sea irreconocible. Sí, comprendo que ver el retrato modificado molestará al pintor, pero nada podrá compararse con el shock que le producirá en un par de años.

Me contengo. La maldad es como el vino, sabe mejor cuando ha reposado un tiempo.

Rufus practica su don en el jardín. ¡Qué belleza! Da forma a árboles y arbustos. Los convierte en esculturas sin quitarles la vida. Representa a las criaturas de los Gray, a las monturas más importantes del catálogo. No sé si lo hace por diversión o para impresionar a Dorian en su regreso. Es tal la hermosura de su trabajo que centro casi toda mi esencia en él, en su arte. Me gustaría tener la oportunidad de jugar con el menor de los Hallward en el futuro, pero sé que no sería ni la mitad de divertido que mi protegido.

Este niño, después de todo, posee mucho más Frimt que Vert. Corromperlo sería tortuoso para mi paciencia.

Cuando el joven escultor abandona su tarea decido que lo mejor es regresar a Santa Irrelde.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora