| | «C a p í t u l o 16» | |

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I

Dorian observa su retrato. Lo analiza con meticulosa obsesión, busca las ínfimas señales de cambios que solo aquel que sabe de su existencia podría notar con facilidad. Se detiene en algunas líneas plasmadas sobre su frente, en las ojeras oscurecidas y en las uñas sucias de su mano, teñidas de rojo. Le preocupa dejar la imagen en una habitación de la mansión durante su extenso viaje y que el monstruo sea descubierto por la servidumbre. Partiremos al amanecer; ya todo está preparado.

El muchacho teme que alguien descubra su secreto y desea, al mismo tiempo, poder observar la transformación de la imagen por pura curiosidad. Yo lo sé, lo leo en su mirada y en sus pensamientos. Y puedo ayudarlo a conseguir ambas cosas.

Se acerca con cuidado al lienzo. La escasa iluminación del cuarto proviene de una hendija en el cortinado. Sorprendido, Dorian coloca la yema de sus dedos sobre el retrato para percibir lo que debería ser obvio: no se nota ningún cambio en la textura del óleo, las modificaciones están en la esencia misma de su figura.

No dice nada, así que me veo en la obligación de tomar la palabra y de romper el silencio.

—Sabes, amigo mío. —Me encanta esta palabra porque sé que él me detesta, la uso cada vez que puedo—. Si tú lo deseas, puedo permitirte ver la evolución de tu alma durante el viaje. Y puedo también asegurarme de que absolutamente nadie se aproxime a la obra hasta nuestro regreso. ¿Te interesaría oír más? Estoy dispuesto a concederte el favor.

Camino hasta detenerme a su lado. No lo observo a él, sino a la réplica deteriorada. Es una lástima que tan buena obra de arte se haya arruinado, aunque fuese mi idea, siento que se ha desperdiciado mucho talento con el hechizo realizado. Lo hice, supongo, por la morbosa satisfacción que me causa el saber que he destrozado la obra maestra de un pintor colmado de sueños, que he aplastado su alma sin que él lo sepa. ¡Si Basil Hallward se enterara de lo que le sucede a su obra! No puedo dejar de relamerme al imaginar su desesperada reacción. Espero poder verla tarde o temprano.

—Habla —ordena mi protegido, logra así interrumpir mis pensamientos.

—Trae tu espejo de mano —respondo. Haremos que refleje tu alma y no tu apariencia —explico—. En cuanto a lo otro, es solo cuestión de poner una barrera en el pasillo.

Dorian asiente. Se da vuelta y camina hacia un viejo cofre de madera que descansa bajo la ventana. De allí, toma la caja labrada con el obsequio creado por Rufus. Supongo que lo ha puesto ahí para que su excusa sobre la nostalgia del retrato sea más creíble.

Con absurda lentitud, el joven Gray sostiene el objeto entre sus manos. Parece tan asombrado por la calidad del dragón como la primera vez que lo vio. Quizás, esto se deba a que ahora entiende un poco mejor el proceso de creación de la pieza.

Observa su reflejo una última vez antes de entregarme su obsequio, le dedica una sonrisa a su propia mirada con egocentrismo a modo de despedida. Luego, me clava la vista con cierta resignación, no está seguro de desear que yo realice mi magia. Tal vez le asusta pensar que ya no verá su hermoso rostro en el espejo, sino su corrupción. Me da igual.

Esbozo una media sonrisa y susurro el hechizo. Sé que podría obligar a Dorian a recitarlo, pero se nota que duda de la decisión que ha tomado y eso a veces lleva a cometer errores.

—Apresúrese —ordena.

La impaciencia se debe a que teme cambiar de opinión y arrepentirse.

—Tienes una eternidad por delante —le recuerdo, sin voltearme a verlo—. Si el rey, que es mortal, no tuvo inconvenientes con mes de retraso de nuestro viaje, tú deberías ser capaz de aguardar algunos minutos.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora