| | «C a p í t u l o 31» | |

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I

Dorian Gray aguarda silencio. En su mente se teje una telaraña de ideas y de preocupaciones, de planes y de temores. Son tantos los hilos que se interrelacionan que ni siquiera me molestaré en desenredarlos. El nudo central está en su retrato, quizá como representación de sí mismo. De allí parten los otros pensamientos y sus cruces pasados, presentes y futuros. No logro ver el límite de sus razonamientos porque es posible que se bifurquen en infinitas posibilidades.

Desde el exterior, mi protegido tiene la mirada perdida y el ceño fruncido, una extraña combinación. Está ensimismado, tan concentrado en sus propios asuntos que no presta atención a lo que le rodea. Confía en que yo guiaré a las bestias o que Sibyl Vane rastreará el camino. No comprende en realidad el don de la chica, le resulta irrelevante porque siente que es inferior al suyo propio. Sostiene las riendas sin ganas. Su dragón no parece molesto ante el descuido, es una criatura bien entrenada y obediente. Surca los cielos con gracia y suavidad esquivando las corrientes de viento que podrían incomodar a su amo.

La joven Vane todavía no se acostumbra a la montura. Sostiene las riendas con demasiada fuerza y se lastima las manos. Suda. Se la nota más nerviosa que de costumbre, inquieta. Entre sus brazos yace la caja donde hemos colocado los huevos de tecku-tacka. Su mirada se pasea entre el paisaje y las futuras bestias. Asumo yo que se siente culpable porque nosotros matamos a su madre, o quizá su propia femineidad ha despertado el instinto de protección.

Ella tampoco presta demasiada atención a lo que nos rodea. No piensa en nada en particular, pero algo le preocupa, algo le incomoda. Es posible que haya comenzado a dudar sobre la bondad de Dorian luego de lo ocurrido o que esté buscando el momento indicado para separarse de nosotros y continuar con su vida. De entre todas mis posibles sospechas, hay una en particular que deseo sea cierta, pero que no me atrevo a mencionar. Deberé esperar un poco más para descifrar a esta mujer y sus objetivos. Entrar a su mente le quitaría la diversión al misterio.

Su bestia es un tanto ruidosa. Cada tanto suelta un aullido al aire sin motivo aparente. No es una queja, pero el sonido me da una idea. Esperaré un par de horas para llevarla a cabo justo antes del anochecer.

Creo que he hallado una forma de entretenerme esta noche.

Creo que he hallado una forma de entretenerme esta noche

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II

Dorian cae.

Es mi culpa, aunque él no lo sospecha. En su distracción, he aprovechado para asustar a su dragón. Le implanté una visión de llamas y ardor repentino que aterrorizó a la criatura y la hizo perder el control sin previo aviso. El dolor y las amenazas son los mejores idiomas para comunicarse con las bestias. Freez se retuerce al creer que su cuerpo se quema y, al moverse, toma desprevenido a su jinete. Abre la boca y suelta su mortal hielo en todas las direcciones. Se mueve en círculos como si intentara apagar un incendio que se encuentra en su imaginación.

—¡Asciende! —ordeno a Sibyl con cierta prisa. No es ella mi objetivo y preferiría que saliera ilesa.

La chica despierta de su ensoñación apagada y obedece sin pensarlo, sin comprender del todo lo que ocurre. Con una mano aferra las riendas y con la otra abraza a los huevos de tecku-tacka. Se aleja de nosotros y observa desde la distancia mientras su mente procesa la escena.

Dorian se precipita hasta perderse entre la vegetación. Su grito se ahoga con el viento generado por las alas de las monturas.

—¡No! —grita la muchacha.

La imito para fingir preocupación. Yo sé que él no está muerto, ¡claro que no permitiría algo así después de todo el tiempo que he invertido en el joven Gray! Me he asegurado de amortiguar su caída con mis poderes apenas lo perdimos de vista.

Él sabrá que lo he salvado, pero la frágil muchacha creerá que ha sido un milagro.

Es hora de calmar al dragón.

Parte de mi esencia lo rodea. Le susurro órdenes a medida que la visión se desvanece. Lo anestesio para que descienda con nosotros hasta donde su amo se encuentra. Sibyl nos sigue, impresionada con mi gran habilidad con las bestias. Desde su perspectiva, se ha visto como una gran hazaña. Me puse de pie en el lomo de mi montura y alcancé las riendas de la otra. Soy un gran actor cuando me lo propongo.

Es hora de volver a tierra firme.

Bajo nosotros se extiende el gran bosque de Igadhal, una formación verde que ocupa casi el setenta por ciento del reino de Idhurth. Escasos caminos conectan a los pequeños poblados. Son rutas improvisadas y poco transitadas. Se recorren siempre en caravana para evitar asaltos inesperados.

Si la guerra de los tres escudos se hubiera desarrollado aquí, Alangtrier hubiera sido derrotado. Los pobladores conocen atajos y saben cómo manejarse entre la vegetación. Hay ermitaños que viven en sitios inhóspitos y poca tecnología.

De los tres reinos del continente, Idhurt es el más rural. Las personas están tan aisladas unas de otras que hablan con acentos raros, con modismos incomprensibles. Inventan palabras —como el tecku-tacka— y rara vez saben leer o escribir. ¡Son unos brutos que viven con animales! Y por eso es que me encantan. Este es mi sitio preferido porque aquí no tengo que aburrirme con los tediosos formalismos del mundo civilizado, con la estúpida actuación superficial de Alangtrier.

El estilo de vida de los Idhurtianos es peculiar e inculto, salvo en las fronteras y en la capital, pero incluso en esos sitios no llegan ni a los tobillos a la sofisticación de la tierra natal de Dorian.

¡Dorian, cierto! ¿Dónde ha caído Dorian? Me puse a admirar el paisaje y olvidé buscarlo. Sibyl me observa y aguarda alguna indicación. Ya aterrizamos y desmontamos, pero nos hemos quedado quietos en el sitio por mi culpa.

—¿Puede rastrearlo, joven Vane? —pregunto. La realidad es que yo bien podría utilizar mis propias habilidades, pero ello le quitaría emoción a la aventura.

—Eso creo —afirma ella.

Su cuerpo tiembla. Trota hasta el dragón y posa sus manos sobre el equipaje de mi protegido para guiarse. Tiene los ojos enrojecidos, al borde del llanto. Teme por la vida de su amado. Si quedaba duda alguna en su interior sobre lo que siente por Dorian, se ha esfumado. Puedo percibir el rápido latido de su corazón.

El ocaso se aproxima raudo. Si no hallamos a Dorian en la próxima media hora, temo que deberá dormir a merced de la naturaleza.

¡Cuánto se enfadará cuando sepa que yo lo hicecaer! No puedo esperar para contarle.

¡Cuánto se enfadará cuando sepa que yo lo hicecaer! No puedo esperar para contarle

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Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora