| | «C a p í t u l o 7» | |

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I

Pocas son las palabras que intercambio con mi protegido durante nuestro rato de soledad compartida. La falta de privacidad es un obstáculo con el que no tuvimos que lidiar en el pasado y que ahora se presenta como un molesto inconveniente. En realidad, si lo quisiera, podría tan solo activar la parte de mí que habita en su mente para poder mantener así una conversación muda entre nosotros, pero ¿cuál sería la diversión en eso? Deseo experimentar la incomodidad humana de los silencios prolongados y las palabras ahogadas; las limitaciones con las que esta especie debe lidiar a diario.

En voz alta, hablamos sobre un supuesto viaje que he realizado por el continente y sobre el último encuentro entre ambos, en algún momento remoto que el joven Gray no atina a adivinar. Todo esto, claro, para mostrarle a la empleada curiosa que no tenemos nada que ocultar y que no hallará rumor alguno que pueda esparcir.

Dorian es mejor actor de lo que esperaba en esta situación. Supongo yo que su habilidad de improvisación varía dependiendo del escenario. En el bar, su representación de un marinero de baja cuna fue un desastre. En su hogar, el papel de señorito educado que se encuentra con un viejo amigo le sale natural. Logra seguirme la corriente con espontaneidad ¡y hasta se ríe de mis sarcasmos, aunque no le causen gracia! Me pregunta por mi supuesta esposa, a la que decide llamar Lady Victoria, y por los negocios que claramente no poseo. Es entretenido esto de improvisar falacias, pero no es a lo que he venido.

La mujer que me recibió en la entrada parece no tener nada mejor que hacer. Sigue al otro lado de la puerta con la oreja pegada a la madera. Podemos ver la delgada línea de su sombra por debajo del umbral. ¡Ilusa! Se debe creer invisible.

Esperamos con paciencia a que alguna tarea u obligación la incite a marchar de donde se encuentra. No le quito los ojos de encima a su presencia en ningún momento. Y, apenas se aleja, casi una hora más tarde, hago un ligero gesto con mi cabeza y Dorian vuelve a tomar la palabra, ahora ya con seriedad.

—¿Debo acaso suponer que le era imposible mostrar su rostro antes de tiempo? ¿O acaso disfrutaba usted de jugar conmigo al mantener su apariencia en secreto? —inquiere. Arquea una ceja, algo molesto.

—No tengo un semblante real, mi querido Dorian. Tan solo decidí optar por esta figura para poder acompañarte durante el resto de tu vida. No olvides, amigo mío, que el pacto que hicimos nos enlaza hasta que tu existencia llegue a culminación. —Hago una pausa repentina—. ¡Espera! ¿Es que acaso no te agrada cómo me veo? —Finjo palpar mi rostro con preocupación—. ¿No crees que estos rasgos sean suficientemente refinados para formar parte de tu círculo social? ¡Por los bigotes del rey! ¡Qué vergüenza! Dime qué debería modificar y lo haré de inmediato.

Mi protegido sonríe. Sabe que me burlo de él. Decide no responder a mi pregunta porque comprende a la perfección que no era un cuestionamiento real.

—Entonces —prosigue con lo que estaba diciendo antes—, si puede usted tomar cualquier forma, ¿por qué no se ha presentado con una belleza superior a la mía? Asumo que le es posible —pronuncia en voz baja, acostumbrado a que las paredes de la mansión tengan oídos.

—Para eso estás tú, mi preciado amigo. ¿Qué ganaría yo con la hermosura? ¡Absolutamente nada! No, a mí esos aspectos mundanos no me afectan en lo más mínimo. Tu virtud es la belleza. Mi virtud es otra —afirmo con seguridad.

—¿Puedo preguntar a qué se refiere? —insiste él. No deja de analizarme, de escudriñar los detalles de mi manifestación física—. ¿Cuál es su virtud?

—No, no puedes saberlo, lo siento. Un hombre con clase debe ser capaz de mantener sus secretos. Después de todo, son ellos los que hacen a las personas más interesantes, ¿no estás de acuerdo?

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora