| | «C a p í t u l o 17» | |

1.3K 252 65
                                    



I

La mañana arriba rauda. El sol se esconde detrás de una gruesa capa de nubes e ilumina apenas en leves tonalidades de gris. Nuestras monturas aguardan, casi listas, en los jardines traseros de la mansión Gray. Son irreconocibles; superan en tamaño a los humanos más altos que he visto y se alzan con imponencia hasta la copa de los árboles aledaños.

No se inmutan ante nuestra presencia porque los tres han sido entrenados con rigurosidad. El dragón de hielo está en el centro, sospecho que será la montura de mi protegido. Esta raza en particular es famosa por ser símbolo de príncipes y de nobles.

Los empleados cargan nuestro equipaje sobre el lomo de las bestias. Se aseguran de amarrar todo con extremo cuidado para que resista al vuelo y al mal tiempo. Tienen experiencia en el asunto. Yo no llevo nada, en realidad, porque no lo necesito. Mi baúl se encuentra prácticamente vacío. He metido un par de cambios de ropa que encontré entre los varios armarios de la mansión y lo que me ha quedado del dinero que tomé prestado hace tiempo.

Sibyl Vane se encuentra en una situación similar. Admira con fascinación a las bestias, se nota que nunca ha montado en una. Quizá, nunca haya visto el mundo más que los jardines reales. Su cofre es pequeño. Imagino que dentro lleva las vestiduras de la última noche y, tal vez, alguna otra posesión tomada prestada de la habitación en la que durmió.

Dorian, en cambio, lleva dos baúles colmados de objetos y de trajes, de dinero y de mapas. Carga también con una pequeña maleta de mano en la que ha colocado el espejo labrado, una carta del rey y el sello postal con el emblema de su familia; todo lo más importante, lo de valor.

Está impaciente. Mueve su pie derecho, arrítmico, cada vez más rápido. Tiene los brazos cruzados y luce su Vert en el reflejo de su mirada, en las líneas rojas que recorren sus ojos. Revisa el reloj de bolsillo cada varios minutos como si tuviéramos un horario de partida. Deja escapar suspiros hastiados.

—El tiempo no transcurrirá más aprisa solo por mirar su avance, mi querido amigo. Estaremos surcando los cielos en menos de una hora —digo en voz alta, cansado del silencio.

Dorian no responde. Contiene un gruñido y desvía la mirada. Presta especial atención al movimiento de sus empleados para asegurarse de que no cometan ningún error.

Aburrido, me dirijo a nuestra improvisada acompañante.

—Señorita Vane —la llamo. Avanzo unos pasos hacia ella—. Es un espléndido día para volar, ¿no lo cree así?

—No sabría decirlo —admite. Sonríe como una niña en medio de su fiesta de cumpleaños. Con el atuendo recatado y sin maquillaje, parece mucho más joven que durante nuestro primer encuentro—. Nunca antes he recorrido las nubes, ¿cómo se siente, señor Wotton?

Clavo mi bastón en el piso y lo uso para apoyar parte de mi peso hacia el frente. Alzo luego la mirada y busco las palabras adecuadas, algo que no delate mi identidad.

—Se siente bien —suelto—. El viento contra tu rostro y el observar al resto desde las alturas te hace sentir libre y poderoso; como si todo fuese posible si uno tan solo lo deseara.

—No lo tenía a usted como a un soñador, si me disculpa el atrevimiento, —Sibyl contiene su risa—. Pero debo decir que estoy ansiosa, ¿sabe? Nunca antes había soñado con libertad, con ser dueña de mí misma. —Me habla a mí, pero también a su conciencia.

—¿Tiene usted algún deseo que parezca inalcanzable, señorita Vane? —inquiero.

—Esa es una pregunta un poco tonta —murmura ella. Enseguida, se cubre la boca—. Disculpe mis modales. Es que todos tenemos sueños y deseos, es parte de la esencia del ser humano. Yo deseo cantar y bailar frente al público; anhelo escuchar una ovación y el aplauso de la multitud. Quisiera subir a un escenario y oír al público clamar mi nombre. —Extiende sus brazos hacia los lados como si con ellos pudiese abarcar el deseo y hacerlo suyo—. Lo sé, es un poco bobo, pero lo he querido desde que era niña. Y no —se interrumpe—, las payasadas de la corte no son a lo que me refiero. No me interesa que alaben mi cuerpo y mi femineidad, quiero que me reconozcan por quién soy, no por cómo me veo.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora