| | «C a p í t u l o 18» | |

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I

Manbec nos recibe con una ventisca helada que golpea nuestros rostros y dificulta el avance. Llegamos al atardecer, envueltos en una tormenta de nieve, con el cuerpo congelado y el estómago vacío. Las monturas se quejan con sus desobedientes alaridos que el malhumor de Dorian no puede aplacar; lo ha intentado todo, desde órdenes básicas hasta golpes, pero ya se ha cansado. Comprende que las bestias sufren del mal tiempo tanto o más que los humanos. Solo el dragón parece a gusto con el frío.

Aterrizamos en las afueras del centro, donde apenas un par de cabañas se divisan entre la nieve. Están escondidas bajo el manto blanco y tan solo asoman algunas ventanas. Desde lejos, parecen ser simples montículos del paisaje.

Seguimos las instrucciones específicas que Allan Campbell nos dio para esta, la primera parada en el viaje, y le otorgamos sosiego a las criaturas con una bebida preparada para que mantengan la temperatura interna ideal. Si no fuese porque sé que es un invento humano, creería que se trata de un líquido mágico. El efecto me deja anonadado, maravillado. Separamos una botella para cada montura y la rociamos sobre sus hocicos; en un par de minutos, sus cuerpos parecen no sentir la nieve o el frío. Cesan sus alaridos y se recuestan, listos para descansar. Estarán bien por veinticuatro horas y eso es tiempo más que suficiente para dormir y conseguir algunas provisiones extra.

Nos despedimos de Pyra, Freez y Andor sin más preocupaciones. Solo obedecen a comandos específicos que aprendieron en su entrenamiento, por ello Dorian no teme que alguien intente robarlos. Cualquiera que procure hurtar nuestras mascotas, se rendirá en un par de minutos. Y, si los criminales se acercan con violencia, no sobrevivirán.

Sibyl tirita. Su cuerpo tiembla bajo las varias capas de ropa. Es la única humana real en nuestro grupo, después de todo. Avanza detrás de Dorian, en medio de ambos, como es lo apropiado para una dama. No es algo que hayamos decidido, sino más bien una costumbre tácita.

Nos alejamos con ridícula lentitud. Este es uno de esos momentos en los que odio haberme manifestado de forma física. A cada paso que damos, la nieve nos llega casi hasta la cintura y tenemos al menos medio kilómetro hasta la única posada del pueblo —según el mapa de Dorian—.

Espero que la joven Vane no perezca en el camino. Es una lástima que no haya un brebaje que podamos rociar en su nariz, como hicimos con las monturas.

 Es una lástima que no haya un brebaje que podamos rociar en su nariz, como hicimos con las monturas

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II

Los minutos se vuelven largos y extenuantes, aburridos y, sin embargo, también veloces. Pronto notamos que ha pasado al menos una hora desde que ha iniciado la caminata. Ya casi no quedan rastros del sol en el firmamento. Podemos divisar un cartel a medio cubrir por la nieve que indica que nuestro destino está cerca.

No hablamos. La ventisca es tan fuerte que sería imposible oír lo que decimos en voz alta. Y, aunque pueda comunicarme con mi protegido a través de su mente, no tengo nada interesante para decirle.

No se ve a otras personas en la intemperie. Los habitantes de Manbec se refugian en sus hogares hasta que el verano se asienta sobre la cumbre. Tengo entendido que solo asoman durante los días más cálidos del año y que aprovechan los mejores meses para bajar a los pueblos cercanos y almacenar suficientes provisiones. Luego, utilizan esta estación como resguardo; casi nunca abandonan los edificios, salvo que una emergencia lo amerite.

Claro está que nadie puede vivir aislado por demasiado tiempo. Las construcciones de mayor tamaño están conectadas entre sí por túneles a los que puede accederse desde el interior. Solo las familias más pobres deben soportar la soledad.

Ha pasado ya una hora y media.

Como era de esperarse, nuestra acompañante humana colapsa a escasos metros de la posada. La alcanzo pronto y la acomodo sobre mis hombros sin esfuerzo alguno. Dorian bufa, exasperado. En su mente se dibujan todas las posibles formas de deshacerse de ella. Podríamos abandonarla en la nieve o envenenarla mientras duerme; tal vez se podría esperar un poco para arrojarla de su montura en pleno vuelo.

—"Ni lo pienses" —digo en su mente—. "Yo me encargaré de ella. Estará como nueva en la mañana".

—"¿Por qué le importa tanto?" —inquiere el joven Gray.

No tengo una respuesta exacta, solo un presentimiento.

—"Creo que podrá ser de utilidad con sus habilidades de rastreo, en comparación con tu inhabilidad en asuntos geográficos" —miento. No quiero adelantarle mis sospechas sobre lo entretenido que será ver que esta prostituta se convierta en parte de su futura caída.

Dorian no contesta. Se limita a golpear la puerta de la posada con fuerza. Dentro, se oye música desafinada y por las rendijas de la madera se cuela el aroma a comida casera.

Pronto descansaremos los pies en tinas sucias llenas con agua caliente, beberemos vino de pésima calidad y nos alimentaremos con un caldo creado con las sobras de quién sabe qué cosas. Estamos en las últimas semanas de mal clima y el alimento recolectado para el invierno ya comienza a escasear y a pudrirse. A mí esto no me afecta porque nada me duele y no necesito alimentarme o ducharme. Pero sé que será una noche extensa para el refinado Dorian, líder de la familia Gray, parte de la nobleza de Alangtrier.

Mi protegido pide habitaciones separadas incluso antes de saludar a los dueños del establecimiento. Anhela tener un buen rato de soledad. Yo me materializaré en el cuarto de Sibyl Vane apenas pueda. Necesito salvar su vida por el momento, sería un desperdicio que pereciera en nuestro primer destino.

 Necesito salvar su vida por el momento, sería un desperdicio que pereciera en nuestro primer destino

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Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora