| | «C a p í t u l o 20» | |

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I

Dorian se observa en espejo labrado. Compara la imagen que le devuelve el obsequio de sus padres con su apariencia física real. Los cambios son leves, pero están allí. Le molestan. Detesta ver su perfección deformada. Sabe que solo él es capaz de ver su alma, pero la mera idea de imaginarse privado de hermosura le resulta intolerable.

Con un gesto de desagrado, coloca el espejo en su estuche y suspira.

Pronto nos reuniremos con el marqués en su estudio privado. Nos mostrará su catálogo de obras en venta y, tal vez, su colección privada. Mi protegido sospecha, a causa de mis comentarios previos, que la pintura que él pretende negociar será difícil de obtener, y está preparado para hacer lo que sea necesario por ella.

Si bien el objetivo prioritario de nuestro viaje se relaciona con la recolección de monturas, Dorian no desaprovechará ninguna oportunidad que se le presente para comprar elementos que considere hermosos y dignos de decorar su hogar.

Es quizá por este mismo motivo que, en ocasiones, queda hipnotizado por su reflejo. Como amante de la belleza no tolera la fealdad. Al mismo tiempo, está resignado a la corrupción de su alma y se pregunta qué nuevos cambios tendría su alma si matase al marqués.

Espera, creo yo, no tener que llegar a tomar una decisión de tal calibre porque comprende que esto podría arruinar su reputación si el crimen fuese descubierto. Preocupado, se repite a sí mismo que quiere ver el afamado retrato antes de arribar a una conclusión. Mi palabra no le basta para aceptar la belleza reflejada en la obra que el marqués esconde.

Faltan apenas unos minutos para el encuentro. Y, aunque yo no he sido invitado formalmente, iré en mi forma física, como socio de Dorian Gray. Creo que mis comentarios e interrupciones podrían ser convenientes para el futuro del plan. Mi protegido es hermoso, pero carece de la elocuencia necesaria para convencer a otros. No sabe cómo endulzar los oídos de un extraño ni cuáles son las formas más sencillas de obtener lo que desea.

No me agrada inmiscuirme demasiado, pero a veces necesito hacerlo para poder garantizar mi propia diversión.

Dorian, al haber nacido humano, posee además otra falencia que podría arruinar mi entretenimiento. No posee una visión clara sobre el futuro, se apresura. Solo le preocupa lo que ocurre en este momento y lo que pasará en los próximos días. Es incapaz de planear con años de adelanto. Eso lleva a que tengamos numerosas diferencias de opinión.

Él es incapaz de comprender mi punto de vista y de aceptar que tengo mucha experiencia en lo que respecta al paso del tiempo. Por ejemplo, ambos sabemos que, tarde o temprano, nos desharemos de Sibyl Vane. Se volverá una carga y podría presentar un obstáculo. Pero también es un peón más en nuestro lado del tablero, y debemos saber cuándo es el momento ideal para sacrificarlo por un bien mayor. Todavía no es el momento.

Dorian camina en círculos por la habitación, sus zapatos marcan un ritmo inestable sobre la madera. Sabe que pronto deberá partir y le irrita no saber cuál será el resultado del encuentro. Es incapaz de disfrutar de lo inesperado, ¿cómo no le excita lo incierto? Él desearía tener las respuestas a lo que ocurrirá, ver el futuro tal vez.

En una mano sostiene la funda de su espejo, en la otra carga con su navaja de bolsillo.

—"Se hace tarde, mi querido amigo" —le recuerdo. Todavía no le he dicho que lo acompañaré—. "No querrás hacer esperar al marqués de Labrarith".

Sin contestarme, Dorian guarda el espejo en su equipaje y parte. Cierra la puerta con un estruendo a sus espaldas. Yo me manifiesto en mi propia habitación y lo imito; es innecesario, pero me gusta el detalle.

Corromper a Dorian Gray  (CDLH #1) (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora