La tarde de los fuegos artificiales.

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Lo que más le gustaba del cuatro de julio eran los colores en el cielo, las explosiones de pirotecnia con aquel fin artístico, siempre le habían fascinado desde que tenía memoria

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Lo que más le gustaba del cuatro de julio eran los colores en el cielo, las explosiones de pirotecnia con aquel fin artístico, siempre le habían fascinado desde que tenía memoria. Daisy no recordaba muchas cosas de su infancia pero si recordaba una enciclopedia con información poco útil que había en una estantería en su casa, aquella donde había descubierto que los primeros "fuegos artificiales" fueron durante la dinastía Han, eran trozos de bambú que arrojaban al fuego para crear explosiones pero luego fueron evolucionando hasta tener distintos colores. Tal vez le gustaban porque los tiraban en ocasiones especiales, ocasiones alegres, lo que no le gustaba era como los animales y algunas personas se asustaban por los sonidos.

Se sentía protegida en su cama, arropada y abrazada a un muchacho que le sacaba varios centímetros de altura, aquel que desprendía calor y diferentes aromas, aquel que ahora le hacia suaves caricias en su cabello mientras sonaba una canción de rock en el fondo. Daisy se sentía querida y protegida, le gustaba aquella sensación casi tanto como los fuegos artificiales. De hecho, ella creía que enamorarse era una explosión en su interior.

Eddie había abierto la puerta de su casa con sus llaves, tal vez lo había hecho por lástima al verla tan rota, porque honestamente sabía que esa era la palabra que circulaba en su mente: rota. Se había tomado el trabajo de hacerle un té y guardar silencio, agradeció internamente aquello porque no sabía que decir o que no decir más bien. Su compañía era todo lo que quería en aquel momento. Notó como varias veces el chico hizo el amague de abrir su boca pero no salió nada de ella, también como su mano iba de su pierna a su cabello, y como su pierna derecha se movía inquietamente.

-Realmente no es necesario que estés aquí conmigo - su voz sonaba apagada, casi como un susurro perdido entre la nada y el todo- de todas formas aprecio demasiado que estés aquí -.

-Voy a quedarme de todas maneras - sonrió tímidamente para extender su mano hacia ella - yo - una vez que sujetó su mano la apretó manteniendo contacto visual- yo aprecio demasiado que tu estés aquí conmigo - fue algo íntimo,algo que quedaría entre esas cuatro paredes -.

No volvieron a hablar, no fue un silencio abrumador o incómodo por el contrario, fue el silencio más abrazador que ella tuvo en toda su vida. Cuando la rubia por fin terminó su té se levantaron de las sillas para caminar a la par escaleras hacia arriba, la segunda puerta a mano izquierda, aquella que tenía una D en cursiva con hojas de plástico color verde pegadas en la blanca puerta, una vez que ingresaron el muchacho se dedicó a examinarla como todas las veces que él había entrado: una cama de plaza y media con sábanas claras, dos mesas de luz color verde pastel donde un cuadro de una pequeña Daisy y lo que fue un matrimonio feliz sonreian, un reloj color beige y una lámpara del mismo color. En sus paredes habían distintas hojas de tonos verdes junto a algunos posters de cantantes, y unos cuantos discos de vinilo junto a un pequeño tocador de vinilos. La habitación de Daisy plasmaba tranquilidad, incluso, el muchacho juraba que olía a lavanda y frambuesa aunque ella le había dicho la primera vez que no olía a nada.

DAISY DAISY ~ Eddie Munson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora