❄ Preludio ❄

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El hombre de fríos ojos grises y de duros rasgos miraba por la ventana con impaciencia y ansiedad. Raramente se sentía nervioso, pero en aquella ocasión un extraño sentimiento apretaba sus entrañas ligeramente. Corrió la cortina, cerrándola, y entonces la luz dejó de darle en el rostro. Se sentó en el hermoso sillón de cuero negro tras su enorme escritorio, y juntó sus dedos, pensativo. Mientras esperaba, el sonido de las agujas del reloj lo volvieron loco. Se levantó tras unos minutos, y con un suspiro, tomó el antiguo reloj de madera que se lucía sobre la mesa, y lo echó en la basura. No había problema con ello; podría comprarse cincuenta relojes más como ese si así lo deseaba.

En ese momento, alguien tocó la puerta. Él se colocó velozmente tras el escritorio, parado y erguido, con ambas manos tras la espalda. La puerta se abrió lentamente, y la empleada dejó pasar a un hombre de mediana edad tras hacerle un gesto gentil con el brazo. El señor, de ojos café y cabello casi tan largo que le llegaba a los hombros en muy ligeras ondas, le sonrió con amabilidad y entró a la habitación tras cerrarse la puerta.

-Encantado de recibirte nuevamente, Seymour -dijo el hombre de ojos y cabellos claros-. Por favor, toma asiento.

Tras dirigirle un gesto sobre el segundo sillón que se encontraba frente al escritorio, Seymour Foissard se sentó con normalidad.

-Opino lo mismo -respondió-. Vaya, no recordaba los sillones encuerados.

-Son nuevos -aseguró, volviendo a cruzar los dedos sobre el escritorio.

Seymour, con los ojos fijos en la pared y mordiéndose momentáneamente el labio superior, se echó sobre el asiento y cruzó las piernas. En aquel momento, visto de perfil, parecía que sus rasgos franceses resaltaban, con aquella nariz respingada y la cara un tanto ovalada.

-Bien -comenzó-, creo que tenemos un asunto importante que atender.

-Sin dudas -respondió, tranquilamente-. Supongo que ya todos sabemos lo que sucedió hace una semana.

-Nadie deja de hablar de eso -resopló-. No paro de oír por todos lados que fue la tormenta más fuerte y rápida de crear que se haya visto en varios años.

-Bueno, hay que reconocer entonces que tiene buenos indicios para nuestras habilidades.

Seymour rió por lo bajo, sin ánimo.

-Tiene buenos indicios para arruinarlo todo -protestó-, pero no es en eso en lo que me concentro -dejó de observar las paredes llenas de cuadros y miró hacia su socio con una mirada fría y espeluznante. Habló como si saboreara las palabras con placer-, sino en el enorme poder que tiene para hacerlo.

No le sorprendía que dijese aquello. Seymour siempre tuvo esa fascinación por quienes tuvieran una potencia excepcional; por quienes poseían esa energía, fuerza, poder, con los que muy pocos contaban. Estaba obsesionado con ese tipo de personas.

-Sin dudas nos hemos percatado de que...

-Nuestro plan fracasó, Abner -lo interrumpió con tanta ferocidad que pareció haberle gritado, cuando en realidad su tono de voz era muy bajo y sereno-. ¿Cómo puede ser que una misión tan simple se haya frustrado? -De repente, apoyó ambas manos sobre el escritorio con brusquedad- ¿Cómo puede ser que los Hijos de Ignis hayan pensado en el mismo plan?

Mencionaba aquel nombre, el de sus infinitos enemigos, con un desprecio y una repugnancia que se notaba hasta en sus ojos café. Abner le mantuvo la mirada, hasta que Seymour Foissard retiró sus dedos de la mesa.

-¿Qué podíamos hacer? -fue lo primero que le contestó, con voz serena y tranquila- ¿Tocar la puerta de la muchacha, decirle que no es una simple chica entre los mundanos, que tiene «poderes» y que tiene que venir con nosotros a un lugar que desconoce por completo, para que aprenda a controlarlos y se una al bando correcto: el nuestro? -meneó la cabeza- Nos habría tachado de locos; se habría alejado eternamente de nosotros y de cualquier cosa relacionada a nuestro mundo. Se habría negado rotundamente a participar de algo tan descabellado para los mundanos. No -añadió, terminante-. Nuestro plan fue correcto. Debíamos infiltrarnos casualmente en su vida, ser parte de ella, ir de a poco entrando en su mente, convenciéndola de lo mejor que estaría con nosotros, de que...

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Where stories live. Discover now