Capítulo 45 (Final)

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Los brazos que me sostienen siguen siendo firmes cuando mi mundo se vuelve tan sólo un borrón de oscuridad y leves luces tenues.

Clark.

El hombre que aceptó fingir ser mi padre durante toda mi vida.

El que aceptó ser parte de una familia tan chiquita y rota.

El que nos aceptó, nos protegió... nos amó.

En el camino hay algo que me llama a apartar la mirada, algo que me obliga a volver a enfocarla y no tenerla perdida en la nada. Hay unos ojos que me miran con tanta intensidad que, por alguna increíble razón, hacen que los míos viajen hacia allá para conectarse. Es un muchacho que pasa casi desapercibido detrás de otras pocas personas que corren mientras a mí me llevan hacia el lado opuesto. Es un muchacho que me mira con la boca y los ojos abiertos, con asombro, con... culpa.

Culpa.

Mantiene la mano a la altura de la cintura, abierta hacia arriba mientras pequeñas chispas de una antigua llamarada se elevan desde las yemas de sus dedos. Va bajando el brazo lentamente, pero no es capaz de dejar de mirarme. Se me contrae el abdomen. Él... él...

Pego una sacudida pero no logro deshacerme de estos brazos hasta que siento la piel helada a mi izquierda y un calor abrasante a mi derecha, y entonces ambos me sueltan como si le estuvieran apretando los brazos contra filosas cuchillas. Yo salgo corriendo en cuanto me encuentro libre y aquel ignisio comienza a huir. Creo que aparto a alguien en mi camino, creo que me duelen las rodillas por hacer más esfuerzo del que soy capaz... No lo sé. Lo único de lo que soy consciente es cuando salto a la espalda de ese sujeto y lo derrumbo al suelo. Lo giro, lo volteo hacia arriba, y no pienso en que me duelen las manos por la caída cuando las llevo a su cuello y aprieto con fuerza. No pienso en el daño que podría ocasionarle como tampoco él pensó en el daño que iba a hacerle a Clark. No pienso en su bien como tampoco él pensó en el de mi padre. Sólo siento rabia y un instantáneo y feroz deseo de venganza, y quiero lastimarlo, como también él quiso lastimar a Clark.

La garganta bajo mis manos da pequeños espasmos contra mis palmas mientras el ignisio me toma por las muñecas y abre la boca para inhalar algo de aire. Musita algo, algo que creo que tiene que ver con una disculpa, pero mi cara se contrae cuando recuerdo cómo yo le pedí perdón a Clark hace apenas unos minutos. Hace apenas unos momentos, cuando aún estaba con vida.

Creo que sollozo, o grito, o lo insulto cuando mis dedos comienzan a ponerse gélidos y duros y a él se le palidece el cuello. Poco a poco su rostro no empieza a ser más que algo blanquecino y azulado que tiembla como un niño asustado teniendo frío. Los ojos se le abren, de par en par, y aunque estemos sumidos en una oscuridad bastante densa puedo jurar que éstos también se vuelven blancos. Se vuelven blancos y se quedan quietos, fijos en la nada, como hielo.

Sólo entonces me doy cuenta de que me hubiera gustado preguntarle por qué lo hizo. Por qué lo atacó a él, que ni siquiera había desenfundado su arma. Por qué a él, que sólo estaba viendo a su compañero herido e intentaba proteger a los que seguían intactos. Me doy cuenta también de que, en efecto, yo sí le estaba gritando un buen par de cosas. Cosas que se mezclaban con sollozos irregulares y no se entendían. Y aunque ya es obvio que aquel muchacho me ha dejado, yo sigo apretándolo y congelándolo hasta que vuelven a tomarme por debajo de los hombros y me empujan hacia atrás.

Fénix también me grita cosas. Y de esas cosas tampoco soy consciente como para comprenderlas; no puedo escuchar más que un molesto pitido que me zumba en los oídos. Él me voltea hacia su rostro y me obliga a mirarlo, a concentrarme en él y en nada más. Pero yo sólo veo unos labios que se mueven y unos ojos verdes alarmantes que me inquietan e intentan llamar mi atención.

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Where stories live. Discover now