Capítulo 26

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Puedo oír más o menos lo que Jim responde al otro lado de la línea. Ebby le dice que venga a su casa, y él vacila, no con muchas ganas. Cuando ella le cuenta que yo estoy aquí, y que tengo algo importante que explicarles, se hace el silencio. Jim no contesta por unos largos segundos, hasta que acepta.

Mientras observo a Ebby con el teléfono al oído, me vuelvo más consciente y caigo en la cuenta. Se lo he confesado. Ya está. Realmente ya no puedo echarme atrás. Y sólo entonces, sólo después de habérselo dicho y de percatarme de que ya sabe algo, me invade un extraño presentimiento y no dejo de pensar en lo mal que pude haber hecho. Me odio por no haberme detenido a pensarlo un momento más, me odio por seguir siendo la niña impulsiva que siempre fui.

Un escalofrío me recorre la nuca y me hace temblar. Por el amor de Dios, si el instructor sabía tanto de mi vida, y él sólo seguía órdenes de sus superiores, ¿quién sabe cuánto saben las autoridades del Gremio sobre mí? ¿Quién sabe de qué maneras se enteran de las cosas? Sobre todo... ¿Quién sabe si no se enterarán también de que acabo de exponerme frente a un mundano?

Por impulso me doy la vuelta, aún sentada en la cama de Ebby, y echo una mirada fuera de la ventana. Ya, como si alguien estuviera espiándome desde el árbol.

Ebby corta la llamada y vuelve a mirarme con una expresión rara.

—Dijo que ya viene...

—Ebby —la interrumpo, volteándome hacia ella—, hagas lo que hagas, no debes decirle a nadie más sobre esto...

—¿Crees que no me he dado cuenta ya? —Abre más los ojos— Desde el momento en que hiciste... eso, ya me hice una idea de que era un súper secreto.

—Lo es. En serio, no sé qué me pasaría si se enteraran de que tú lo sabes. O peor, no sé qué te pasaría a ti...

—¿Si se entera quién?

Dejo la boca abierta, con la frase inconclusa y mi voz cortada. Es muchísima información como para echársela toda en cara justo ahora.

Ahora comprendo por qué en aquel entonces Fénix quería explicarme las cosas a su tiempo.

Ebby nota que sacudo la cabeza.

—¡Audrey!

—La... la gente que puede hacer lo mismo que yo —tartamudeo—. Es una regla que no les mostremos lo que podemos hacer a aquellas personas que no pueden.

Ella vuelve a sentarse a mi lado, dejándose caer. Se queda mirando la caja de fósforos.

—Así... ¿así es como pudiste salir de aquel edificio en llamas?

Espero un momento a que me mire a mí, para que vea que asiento con la cabeza.

—¿Hace tanto tiempo haces esto? —añade.

—Ya aproximadamente un año.

En cuanto lo digo, me cuesta creerlo. Parece tan poco tiempo, y a la vez tanto.

—Es decir —murmura ella, bien despacio—, ¿que no eres la única que puede hacer esto?

Sacudo la cabeza mientras me mordisqueo el labio inferior. Luego de unos segundos, Ebby abre la boca con asombro e intenta no ponerse loca de la emoción.

—Tus amigos —confirma, y yo no puedo hacer otra cosa que mirarla de repente—. Los sujetos de la ruta. Los tipos raros. Ellos también, ¿no es así? ¿No es verdad?

Vacilo y hago tiempo para no responderle. Se supone que no puedo ni confesarle mis habilidades, lo que soy. ¿Qué tan grave sería si revelo la identidad de otros ignisios?

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora