Capítulo 23

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La confusión se apodera de la sala. Nadie dice nada, pero todos se miran con todos. ¿Celdas? ¿Qué haríamos nosotros en una celda? Los instructores, con Jota incluido, comienzan a hacer señales para que los acompañemos y comienzan a dividirnos en grupos. Me cuesta un buen rato poder salir de mi estupor. Los chicos a mi derecha se levantan sin dejar de hacerse preguntas entre murmullos, y el muchacho a mi izquierda parece estar en trance.

Cuando bajamos todos de las gradas, ya no veo a Kendrick. Él y quienes estaban acompañándolo se han ido por la puerta. ¿Adónde se han ido? ¿Estarán esperándonos afuera?

La voz del líder sigue retumbándome dentro de la cabeza. Me incorporo a un grupo de novatos bastante estremecidos y salimos del anfiteatro siguiendo a un instructor de unos treinta años. Me obligo a calmarme y, sobre todo, a no mostrar mis nervios. La voz de Marshall y la de Fénix sustituyen la de Kendrick. «Trata de ir tranquila, es mi consejo». «Trata de mantenerte fresca, ¿sí? No pienses demasiado las cosas».

Trato de repetir una y otra vez sus voces hasta que salimos al patio trasero. Es más vacío que los demás; aunque dentro del Gremio no hay césped, ni árboles, ni arbustos, al menos los otros patios tenían bancos, columnas, muros donde colgar y pegar carteles o anuncios.

Aquí sólo veo piso de cemento y el gran muro que cubre el Gremio.

Cuando por fin todos salimos, nos quedamos esperando un momento hasta que nos organizan. No me había detenido a pensar que en la academia había celdas, pero tiene sentido. Además de enseñar y proteger a los ignisios, en este sitio también se los detiene y controla. Después de todo, aquellos que provoquen problemas o no sean capaces de convivir con los mundanos, deben tener una especie de prisión en donde permanecer. Y está aquí.

Pero, entonces ¿por qué nos mandan a nosotros a las celdas? En la pared trasera del Gremio hay una gran puerta, que ninguno de nosotros deja de mirar cuando llegamos a ella. Un hombre se acerca y la abre, y entonces puedo notar una escalera que baja hacia la oscuridad. Están a punto de hacernos entrar.

Mientras los demás novatos tiemblan o se quedan petrificados, yo concentro toda mi atención y analizo lo que puedo de la situación para que nada se salga de control. «Ir tranquila. Mantenerse fresca».

Los instructores nos rodean y entonces uno de ellos, una mujer, se para enfrente de nosotros.

—La primera prueba es definitiva para nosotros. Definirá qué lugar les corresponderá dentro del Gremio; dónde es necesario que vayan. Esto dependerá de cada uno de ustedes, de sus actitudes y sus propias prohibiciones. Antes de eso —dice, repitiendo todo con tal aburrimiento que parece que es la millonésima vez que lo hace—, he de advertirles, aunque ya es probable que lo hayan estudiado, que puede haber varios efectos secundarios durante la aparición de sus habilidades. Si en sus próximos días aquí en la academia sufren de cambios drásticos de humor, hambre repentina, sueño profundo o dolores corporales, no hay nada de qué temer. Es normal. Cualquier duda o consulta, la enfermería está en el primer piso, último pasillo al final de la derecha.

Las noches en las que no pude dormir vienen a mi mente en forma de un fugaz recuerdo. Tan sólo el hecho de volver a pensar en los dolores que sufrí, en todas las partes del cuerpo, me estremece. Es como si mi cuerpo recordara el dolor con facilidad y lo trajera a mi memoria sin problema alguno.

Aparto eso de mi mente, volviendo a desear reprimirlo, y me concentro en las palabras de la ignisia. ¿A qué se refiere con lugar?

De repente, saca una libreta.

Comienza a recitar algunos nombres.

Termina diciendo alrededor de diez y, entonces, tras una vacilación o un pequeño titubeo, los novatos mencionados se acercan al frente y esperan. Diez personas más, quizá otros instructores o los asignados para este trabajo, se acercan también y les dicen que vayan con ellos. Después de eso, pasan por la puerta.

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Where stories live. Discover now