8. ¿Dylan y Drake ya se conocían?

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Pese a ser la primera vez que volvía a casa en autobús desde el instituto, pude llegar sin problemas y antes de que la tormenta se desatara.

La casa solía estar en silencio con la ausencia de papá durante todas esas horas que pasaba en el trabajo hasta la noche. Solía ser un poco solitario, pero al menos esa tarde me acompañó el sonido de las gotas de lluvia contra el tejado.

Aproveché todo el tiempo libre que tenía hasta la cena y retomé mis deberes de la escuela. La noche anterior pude adelantar un poco gracias a los cuadernos que le había quitado a Drake, pero él y yo no compartíamos todas las clases, así que sabía que eventualmente tendría que pedirle ayuda a alguien más.

Estuve tan concentrada en mis deberes que no me di cuenta de todo el tiempo que había pasado hasta que alguien llamó a la puerta y me sobresalté.

Miré por la pequeña ventana del techo. La lluvia seguía cayendo y el cielo, nublado, comenzaba a oscurecerse.

Dejé el bolígrafo en la página que estaba copiando y bajé las escaleras hasta la planta baja. Mi peso, sumado a la velocidad, hizo que la madera emitiera un sonido hueco. Encendí la luz del recibidor y abrí la puerta.

Creí que me encontraría a Drake, o tal vez a algún vecino, pero quién estaba frente a mí era ni más ni menos que la chica loca del equipo de fútbol. Aún llevaba su uniforme puesto, además de un paraguas abierto que colgaba de su hombro mientras ella se apoyaba en sus rodillas y tomaba aire.

Cuando levantó la cabeza y me vio, suspiró aliviada.

—Menos mal que eres tú. Llevo toda la tarde golpeando puertas.

—¡¿Cómo sabes dónde vivo?! —me alarmé.

¿Acaso me estaba acosando?

Ella retrocedió y me enseñó las palmas de sus manos. El paraguas cayó y rodó por las escaleras del porche.

—Hice un trabajo de geografía en la casa de Drake hace mucho –se apresuró a explicar mientras gesticulaba con las manos—. No recordaba su dirección, pero tenía una vaga idea. Y tú dijiste que eras su vecina. —Se tocó la garganta—. ¿Me darías un poco de agua? He caminado por todo el barrio y estoy agotada.

Arrugué la frente.

Así era como empezaban las películas de terror. En una fuerte tormenta, cerca del anochecer, una persona joven y muy apuesta pide asilo. Luego, en cuando le de la espalda para servirle el vaso de agua, me golpeará en la cabeza con un tronco de la chimenea, o con la plancha. Lo siguiente que sabré es que estaré despertando atada a una silla en un sótano mugriento y ella me dirá algo como «ahora serás mía para siempre».

Miré por encima del hombro de Galia, a la casa de Drake, y me pregunté si alguien me escucharía si gritaba por ayuda.

Parecía que no había nadie en la casa.

Me puse nerviosa.

—¿Y si no te dejo pasar?

Ella llevó las manos detrás de su espalda y miró a su alrededor.

—Tú te lo pierdes, porque traigo tarea.

La palabra mágica saliendo de sus labios hizo que abriera la puerta sin darme cuenta. Galia tomó eso como una invitación, sonrió enseñando sus dientes y recogió su paraguas del suelo antes de entrar.

Tuve que hacerme a un lado. Ella cerró el paraguas y dejó un reguero de agua por la madera del recibidor hasta que lo colgó en el perchero, dónde siguió goteando. Luego, metió una mano entre su corto cabello y lo sacudió. Éste no estaba mojado, pero si esponjado.

Cambio de corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora