10. Operación: Nuevo amor

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No tenía una mínima idea de cómo se debía de vestir una persona para ir a un bar. Jamás había ido a uno porque me ponía nerviosa la idea de ir y no saber qué hacer o con quién hablar, y sabía que me iban a mirar mal si de repente sacaba un libro.

Lo que si sabía era que no podía ir con el uniforme escolar, así que, antes de salir, subí corriendo a mi habitación y batallé un buen rato con el único par negro de pantalones que no se me había encogido en el lavarropas. No me gustaba vestir completamente de negro, por lo que, encima de la camiseta me abroché una de mis camisas favoritas, la cual tenía ese infame estampado de galaxia que todo el mundo pretendía no recordar. Tomé mi mochila y la cargué con los cuadernos que había estado usando. Luego recogí mi cabello en una cola de caballo sin desarmar la corona de trenzas que me había hecho esa mañana y bajé para llamar a un taxi.

Veinte minutos más tarde estaba bajando del auto en alguna calle de la ciudad que no conocía. Parecía ser una zona repleta de clubes y bares, las calles estaban perfectamente iluminadas con guirnaldas de luces y muchas personas comían en mesas en la acera.

Caminé hasta la entrada de lo que el GPS me marcaba como el restaurante-bar donde Drake se encontraba y me replanteé todas mis decisiones. Si papá se enteraba, me iba a matar, y si algo salía mal, a la única que podría culpar sería a mí.

Suspiré.

—Si salgo viva de aquí, compraré helado —me prometí, y esa fue toda la motivación que necesitaba para entrar.

Las puertas del bar estaban abiertas y dejaban ver el interior, repleto de mesas y personas. Las luces estaban bajas, pero algunas brillaban en el techo de distintos colores como rojo, azul y amarillo. Las música era lo único que se podía oír con claridad entre tantas conversaciones y tarde solo unos segundos en descubrir que ésta provenía de una vieja rocola cercana a las mesas de billar.

Esquive a un grupo de personas que paso a mi lado para salir del bar y examine mejor las mesas de billar, por si Drake se encontraba en alguna de ellas. En una de estas, un grupo de hombres adultos jugaba mientras bromeaban entre si y fumaban. En la de al lado, una mezcla de chicos y chicas, tal vez de mi edad o un par de años mayor, bebía y se pasaba los palos entre sí. Drake no estaba entre ellos.

«Barracuda» dejó de oírse en la rocola y unos segundos después comenzó a reproducirse «Conga», de Gloria Estefan.

—Debes de haberte perdido —dijo una voz masculina detrás de mí.

Me volteé y encontré a Erik, el amigo de Drake. Ya no llevaba el uniforme puesto, sino una camiseta negra y al cuerpo. Su rostro había tomado color, cómo si se hubiera echado una carrera o hubiera estado en un sitio caluroso.

Lo que no era para nada calurosa fue su cara al verme.

—Estoy buscando a Drake —dije. Ni siquiera me molesté en saludarlo cuando él no lo había hecho en primer lugar—. ¿Sabes dónde está?

Erik no respondió, pero su mirada fue de mala gana hacia su derecha, cómo si no quisiera decírmelo.

—Te están buscando —dijo, ahora más alto.

Seguí su mirada justo cuando uno de los meseros dejaba varios platos en una mesa grupal y se erguía.

Drake tampoco llevaba su uniforme del instituto, sino que se lo había cambiado por una camisa negra que se había arremangado hasta los codos y dejaba relucir los tatuajes que rodeaban su brazo. Pude distinguir uno o dos, pero estaban tan juntos uno del otro que era difícil diferenciarlos. No todos eran negros, sino que también habían varios rojos que resaltaban entre tanta tinta. Por las pequeñas marcas negras que se asomaban desde el cuello de mi camiseta supuse que los tatuajes no se detenían en el codo, sino que ascendían por debajo de la tela hasta quién sabe dónde.

Cambio de corazónWhere stories live. Discover now