20. Padre con instintos asesinos

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Papá había tenido un día pesado.

Lo supe en cuanto vi las mangas de su camisa levantadas hasta los codos. En sus manos sostenía bolsas que parecían de la compra y sus cejas, negras y largas, casi se tocaban, producto de su frente arrugada.

Un mechón blanco caía por encima de su frente y desarmaba su peinado perfecto. Esa debía de ser una mala señal.

—Hola —lo saludé.

No supe de qué otra manera reaccionar.

—¿Qué "hola"? —se ofendió y sacudió su mano para indicarnos que nos moviéramos—. Sepárense, santo cielo. ¿Les parece bien que llegue a casa y los encuentre así? Deberían de estar avergonzados.

Agaché la cabeza con intención de ocultar mi rostro y dejé que Drake me bajara de sus piernas. La pena hizo que me entraran ganas de reír, pero sabía que no era el momento.

Drake, a mi lado, estaba pálido.

Una de sus manos seguía en mi cintura, incluso ahora que yo había vuelto a sentarme a su lado y ya no estaba encima de sus piernas. Quizá porque no se había dado cuenta aún. Pero su mirada y toda su atención estaba puesta en mi padre.

Me recordó a los gatos cuando están a punto de meterse en una pelea: la manera en la que se quedan quietos y se erizan, hacen contacto visual con el enemigo para saber si los atacará. Probablemente él estuviera aguardando cualquier indicio de pelea de parte de mi padre para salir corriendo.

Rasqué el reverso de su mano antes de levantarme del sofá.

—¡Déjame ayudarte! —recogí las bolsas de papá y lo empujé hacia la cocina antes de que pudiera decir algo que espantara a nuestro vecino—. ¿Trajiste algo para cenar?

Papá cedió, de mal humor, y se dejó arrastrar hasta la cocina. Las suelas de sus zapatos no se despegaron del suelo en ningún momento.

—Traje algo para cenar, pero no sabía que hoy tendríamos visitas.

Encendí la luz, dejé las bolsas sobre la mesa redonda del centro y comencé a revisarlas. Oí los pasos de Drake acercándose, cauteloso. Sólo se atrevió a llegar hasta el arco de entrada de la cocina, donde apoyó una de sus manos. No más.

—Me encantaría quedarme, pero no sé qué tan bienvenido sea. Si alguien en este cuarto tiene deseos asesinos, por favor, que levante la mano.

—Por supuesto que eres bienvenido. —respondí y de repente sentí que los roles se estaban invirtiendo. Estaba segura de que, unas semanas atrás, era papá el que lo invitaba a entrar y yo quien intentaba asesinarlo. Saqué la caja con empanadas chinas congeladas que estaba dentro de la bolsa de compras—. Creo que hay medio paquete más en el congelador, así que hay comida para todos.

—Claro, quédate. —Papá se apoyó en el respaldo de una de las sillas—. Aún debo preguntarte cuáles son tus intenciones con mi hija y demás cosas. —Se dio la vuelta y comenzó a mirar los muebles como si buscara algo—. ¿Dónde dejé mi escopeta?

—Está bromeando —le aseguré a Drake.

—Sophie tiene razón. Sólo estoy bromeando. —Rio y abrió un cajón de la encimera, del cual sacó un cuchillo para cortar carne—. En realidad, estaba buscando esto.

El rostro de Drake perdió todo color, pero papá ni siquiera lo notó. Él recogió la caja de empanadas chinas y usó el cuchillo para cortar el sello de la tapa. El rubio se quedó mirando con atención el cuchillo y la mano de mi padre, como si temiera perderlos de vista.

Afortunadamente, alguien llamó a la puerta en ese momento.

—Yo iré —dije.

Esquivé a Drake a conciencia de que él me estaría maldiciendo mentalmente por dejarlo solo con un hombre y su cuchillo, y salí al recibidor. Me pareció escucharlos hablar cuando finalmente conseguí abrir la pesada puerta de la entrada.

Cambio de corazónWhere stories live. Discover now