29. Una noche en la torre

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Después de salir del centro comercial pude observar que mis preocupaciones tuvieron fundamentos. El cielo, otrora gris, ahora se veía negro. No porque hubiera caído la noche, que estaba a punto de caer, sino por las nubes cargadas que se habían amontonado por encima de nosotros y de esta parte de la ciudad.

Afuera lloviznaba. No era una tormenta, como me había temido, y no corríamos ningún riesgo en la motocicleta bajo ella. No obstante, el viaje, pese a ser corto, duro lo suficiente como para permitir que las pequeñas gotas comenzaran a colarse entre la tela gruesa de mis medias de lana.

Cuando llegamos a casa, él dejó su motocicleta bajo la galería techada que teníamos en el patio trasero. Allí estaría a salvo de la lluvia y oculta de vistas curiosas, como dijo.

Sus padres sabían que estaba aquí, y también sabían que nuestra relación iba más allá de la amistad, pero, por razones obvias, Drake aún no había charlado con ellos sobre eso.

Por mi estaba bien. Ya había almorzado con su hermana hace poco. No quería tener otra comida familiar tan pronto. Especialmente con sus padres, quienes, pese a su gran amabilidad y al afecto con el que me trataban, eran incapaces de ocultar sus intereses.

Entramos por la puerta trasera, la cual daba directamente a la cocina. Encendí la luz mientras me escurría el cabello y limpié mis zapatos en la alfombra de entrada. Drake imitó mi gesto y dejó los cascos sobre la encimera.

—¿Tienes frío? —le pregunté.

Me quité la mochila y la dejé sobre una de las sillas alrededor de la mesa redonda. Hice lo mismo con mi saco, ya húmedo.

—Un poco.

Drake, sin quitarse nada, pasó las manos por mi cintura y me atrajo con un beso. Me sostuve con una mano en su hombro, me puse de puntitas y lo besé. Tenía los ojos cerrados y sentí su nariz helada contra la mía. Tuve que estirarme para que nuestros labios no se despegaran y se sintió bien, como estirarse después de una larga siesta o una sesión productiva de estudio.

—Te haré té –dije cuando nos separamos—. ¿Prefieres que hagamos los deberes aquí o en mi cuarto?

—¿Así que era cierto eso de hacer los deberes?

Apoyé una mano en mi cadera y lo miré por encima del hombro antes de buscar la tetera.

—No sé qué te sorprende.

—Nada, de hecho.

Dejé la tetera sobre el fuego y me apoyé contra la mesada. Él regresó a mí, me abrazó, cansado, y el abrazo pronto se convirtió en algo más. Nos besamos frente a la pequeña ventana encima del lavabo, con la lluvia de fondo golpeando el tejado de la galería exterior mientras el agua se calentaba.

Luego, rebuscamos en la alacena por comida y encontramos una mezcla de cosas. Tarta de ayer, algunas porciones bien conservadas, bastoncitos de vainilla y azúcar, y medio budín aún húmedo.

Le encomendé a él subir la comida a mi habitación y yo me encargué de las tazas de té. Él encendió las luces y apoyó la bandeja sobre mi escritorio antes de dejarse caer sobre mi cama. Los resortes rechinaron al mismo tiempo que él dejó escapar un largo suspiro.

—Deberías cambiarte —le dije mientras dejaba las tazas sobre el escritorio—. Vas a mojar mi cama.

Drake no estaba empapado, pero su chaqueta aún no se había secado y de su pelo caía, de vez en cuando, una gota cuando se lo revolvía.

Se sentó en la cama, con las palmas apoyadas sobre el colchón y las piernas cruzadas con un pie encima de su rodilla. Sonrió de lado. No era una sonrisa coqueta, sino más bien una de complicidad o diversión. Era una sonrisa que decía «sabes lo que estoy pensando, pero lo diré en voz alta».

Cambio de corazónWhere stories live. Discover now