27. Cómo romper dos corazones en mil pedazos

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No era cierto.

Lo que Drake acababa de decir no era cierto y él lo sabía.

—Sabes que no es así —dije.

Abrí y cerré la mano en un puño, nerviosa. Este no era el mejor momento para tener una discusión de pareja, rodeados de personas, empapados, temblando de frío. Por lo que tuve que medir mis palabras.

Erik entró al auto en ese momento y ninguno de los dos volvió a hablar durante el resto del viaje.

Quería esperar a que estuviéramos los dos solos para tomarlo de los hombros, sacudirlo y decirle que eso del trato era una estupidez y que él me importaba de verdad, pero al mismo tiempo pensé ¿Yo no me odiaría a mí si estuviera en el lugar de él?

Después de todo era cierto que los primeros acercamientos que tuvimos fueron gracias a esa meta que me puse para conseguir las respuestas.

Sin embargo, a la primera que dejaron en su casa fue a mí. Drake no bajó conmigo, sino que se quedó en el auto, en silencio, con el codo apoyado en la ventanilla mientras miraba por ésta y aguardaba a que me bajara. El silencio incómodo que se había formado entre todos aún continuaba.

—Adiós, supongo —dije, insegura.

¿Cómo había pasado de tener un grupo de amigos para el crimen, a sentir que ahora todos me odiaban? Ni siquiera Erik me quiso mirar a los ojos.

Puse un pie fuera del auto y de repente sentí unas manos sobre mis hombros.

—¡Voy contigo!

Galia pasó por encima de Macy en los asientos y salió tropezando. Sus brazos se aferraron a mis hombros mientras se ayudaba a salir del auto. Me volteé, sorprendida, en busca de explicaciones, y ella me sonrió.

—Alguien tiene que corroborar tu coartada —dijo, simplemente.

Recordé que papá creía que estaría en la casa de Galia. Normalmente él me habría creído, pero ahora también tenía que explicarle de quién verga era el auto que me dejó frente a la casa y por qué diablos estaba empapada.

Así que agradecí su ayuda.

Escuché a Erik encender el motor del auto y, sin despedirse, arrancó. Supuse que los tres se irían a la casa de Erik, la cual parecía ser el cuartel general de ese trío.

—Seguro van a hablar mal de mí —me quejé.

Tampoco podía culparlos.

Galia pasó sus brazos alrededor de mí en un abrazo. Su cuerpo se sintió caliente contra el viento frío que llegaba desde las costas. Mi cabello aún se encontraba húmedo y temí estar mojándole la ropa.

—Nosotras podemos hablar mal de ellos también. —sugirió Galia—. Yo empiezo: creo que Drake no se lava el pelo todos los días.

Miré el auto a la distancia, cada vez menos visible, hasta que desapareció.

Esa declaración había sido muy específica.

—¿Por qué dices eso?

—Lo tiene demasiado brilloso —soltó en un tono que denotaba sospecha. Luego, se tocó su propio cabello, corto y ligeramente rizado. El pelo de Drake era mucho más largo que el de ella—. Cuando sales de la ducha, queda pajoso. Al segundo día ya está brilloso. Él siempre lo tiene así.

Cerré mi mano alrededor de su brazo, como correspondiendo a su abrazo, sin apartar la vista del camino. Me sentía desolada ¿Cómo iba a arreglar este desastre?

—A lo mejor se echa aceite de argán —lo defendí—. Ay, Galia ¿Qué voy a hacer? —Me tapé la cara con las manos—. La he cagado.

Ella presionó su abrazo. Era la primera vez que tenía una amiga con la suficiente confianza como para que me tratara de esta manera. En otra época, en mi antigua ciudad, jamás habría dejado que me abrazara ninguna de las chicas del equipo de fútbol, ni mucho menos las porristas. Pero con ella se sentía diferente, porque sabía que era sincero, y de cierta manera me reconfortaba y me gustaba.

Cambio de corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora