24. Quiero cometer homicidio

127K 9.2K 5.5K
                                    

El departamento en el que vivía la hermana de Drake estaba a solo unos metros de donde nos encontrábamos, pasando el restaurante con las mesas en la acera. Era un edificio de tan solo cuatro pisos, angosto, de exterior de ladrillos rojos y ventanales que iban desde el suelo hasta casi el techo de cada piso, pero sin balcones.

Subimos juntos los escalones hasta la puerta de entrada en forma de arco. Drake presionó el timbre de uno de los pisos y su hermana respondió desde el altavoz unos segundos después para dejarnos pasar. El portón de la entrada emitió un sonido fuerte, luego, Drake lo abrió e hizo lo mismo con la puerta pesada de madera negra.

Entramos a un pasillo oscuro, de paredes blancas y baldosas negras y blancas. Me guió hasta las escaleras de caracol que llevaban a cada piso y subimos hasta el segundo, donde él llamó en la última puerta.

Metí las manos, sudorosas, dentro de los bolsillos de mi chaqueta. Estaba nerviosa. Su hermana me intimidaba un poco y no sabía si yo estaba asistiendo a este almuerzo como un apoyo moral, una amiga, una novia, o las tres juntas. Me preocupaba, además, que algo saliera mal y acabara en una pelea entre los hermanos.

La puerta se abrió a los pocos segundos y Lindsay nos recibió en la entrada. Llevaba su cabello suelto, pero no estaba planchado, por lo que tenía un aspecto más dessordenado. Su camisa tampoco era lisa como las que solía llevar al trabajo, sino verde, floreada y hasta los codos. Sus pantalones vaqueros estaban rasgados en varias partes y en sus pies llevaba unas sandalias con plataformas que la hacían ver más alta de lo que ya de por sí era.

Nos sonrió, y se hizo a un lado para dejarnos entrar.

—Siéntanse como en casa —dijo—. Ya casi está la comida.

Drake y yo entramos a su piso y mientras él se quitaba la chaqueta y la colgaba, yo paseé alrededor de la sala de estar para examinarla.

La sala era pequeña. Lo suficiente como para que, entre la mesa larga, el sofá y la mesa baja, apenas sí hubiera espacio para caminar. Pero, además de eso, estaba desordenada. Había pilas de libros y hojas sobre todos los muebles e incluso sobre el sofá y, donde no había libros, había plantas.

Tropecé sin querer con una caja en el suelo que contenía una colección considerable de discos de vinilo y luego vi, sobre la mesada que separaba la cocina de la sala, un tocadiscos maltrecho.

También había pósters colgados en las paredes. Algunos eran de músicos, otros tenían frases. Vi algunas fotos enmarcadas de lo que parecían ser unas vacaciones en algún sitio con mucha flora.

—¿Dónde está tu esposo? —preguntó Drake.

—Está trabajando —respondió Lindsay antes de entrar a la cocina—. Una pena. Yo sé que te morías de ganas por verlo.

Drake farfulló algo incomprensible que me hizo reír, porque era la primera vez que lo escuchaba protestar de esa manera, como un viejo cascarrabias o un gato malhumorado.

Cuando nuestras miradas se cruzaron me cubrí la boca con una mano para que no me viera sonreír. Quería enterrar una mano entre su cabello y rascarle la cabeza para ver si con eso se le iba el mal humor, al igual que con los gatos.

—¿Dónde está Erik? —preguntó Lindsay mientras abría el horno para revisar la comida. De repente llegó a mí el dulce aroma de la carne recién horneada—. Él siempre está contigo.

Drake miró al techo y pensó qué decir.

—Tenía que hacer otra cosa —mintió para cubrirlo.

Lindsay sacó una bandeja humeante del horno y lo apagó. Luego, nos hizo un gesto con la mano para que ocupáramos los asientos de la mesa y ella misma regresó a la sala para dejar la bandeja en el centro, sobre una tabla de madera. No hizo falta que espiara la para saber qué íbamos a comer, porque ya lo había olfateado en cuanto abrió la puerta del horno.

Cambio de corazónWhere stories live. Discover now