El infierno de Gabriel - Sylvain Reynard,

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▪ —Un momento —dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro a su pie, que empezaba a quejarse—. Porque lo que escribió Paul era correcto: «Emerson es un asno». Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Emerson lo sabe.

▪—Así que deja de actuar como un estirado inglés y trátala como se merece. No eres ni el señor Rochester, ni el señor Darcy ni Heathcliff, por el amor de Dios. ¡Compórtate o volveré a Canadá y te meteré un taco por el c…! —Espero que te refieras a una tortilla de maíz.

▪ —Y si piensas que hago cosas por lástima es que no me conoces. Soy un cabrón egoísta y egocéntrico que no suele darse cuenta de los problemas de la gente que lo rodea. ¡Maldito sea tu discurso, maldita sea tu baja autoestima y maldito sea el curso de especialización!

▪ —No espero que lo entiendas. Tú sólo eres un imán para los percances, señorita Mitchell, pero yo soy un imán para el pecado.

▪ —¿Qué te parece que estoy haciendo? Me estoy largando de aquí antes de que agarre una de tus estúpidas pajaritas y te estrangule con ella.

▪ Siento que ya no quieras conocerme. Pasaré el resto de mi vida lamentando haber desperdiciado mi segunda oportunidad contigo. Y siempre seré consciente de tu ausencia.

▪ —No, cariño, no te malcrío; sólo te trato como te mereces. Llevas toda la vida rodeada de idiotas. Yo, el peor de todos.

▪«La fortuna favorece a los audaces».

▪ ¿Quieres que te lo repita? Que le den a Paul. Eres mi Beatriz. Me perteneces.

▪ —¡Estás casi desnudo!
—Es verdad. ¿Preferirías que acabara de desnudarme del todo?—preguntó, moviendo la toalla provocativamente alrededor de sus caderas. Justo antes de que la puerta del baño se cerrara tras él, Julia pudo disfrutar del espectáculo de un perfecto glúteo, cuando Gabriel dejó caer la toalla al suelo, dejándola a ella boqueando como un pez.

▪ —Estar sin ti es como vivir en una eterna noche sin estrellas.

▪ Si tengo alma, es tuya.

▪ —Te quiero.
Como Gabriel no respondió, asumió que ya se había dormido.
Suspirando, se acomodó contra su pecho. Él la sujetó con más firmeza por la cintura. Lo oyó inspirar hondo y contener el aire antes de decir:
—Julia Mitchell, yo también te quiero.

▪ —Mientras esté contigo, amor mío, me da igual dónde estemos.

▪ Lo real no es algo que te venga dado. Es algo que te pasa. Y ahora mismo, necesitas que te pasen cosas buenas.


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