Ciudades de papel - John Green

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▪ Supongo que a cada quien le corresponde su milagro.

▪ Mi milagro fue el siguiente: de entre todas las casas de todas las urbanizaciones de toda Florida, acabé viviendo en la puerta de al lado de Margo Roth Spiegelman.

▪ Nos miramos fijamente, cada uno desde su lado del cristal. Nuestras cabezas estaban a la misma altura. No recuerdo cómo acabó la historia, si me fui a la cama o se fue ella. En mi memoria no acaba. Seguimos todavía allí, mirándonos, para siempre.

▪ A Margo siempre le gustaron los misterios. Y teniendo en cuenta todo lo que sucedió después, nunca dejaré de pensar que quizá le gustaban tanto los misterios que se convirtió en uno.

▪ El día más largo de mi vida empezó con retraso.

▪ Las reglas de las mayúsculas son muy injustas con las palabras que están en medio.

▪ No tenían tiempo para pensar en el futuro. Pero luego las expectativas de vida empezaron a aumentar y la gente empezó a tener cada vez más futuro, así que pasaba más tiempo pensando en él. En el futuro. Y ahora la vida se ha convertido en el futuro. Vives cada instante de tu vida por el futuro...

▪ -Siempre me ha parecido ridículo que la gente quiera estar con alguien solo porque es guapo. Es como elegir los cereales del desayuno por el color, no por el sabor.

▪ -Es más impresionante -dije en voz alta-. Desde la distancia, quiero decir. No se ve el desgaste de las cosas, ¿sabes? No se ve el óxido, las malas hierbas y la pintura cayéndose. Ves los sitios como alguien los imaginó alguna vez.
-Todo es más feo de cerca -explicó Margo.
-Tú no -le contesté sin pensármelo dos veces.

▪ -Te cuento lo que no me gusta: desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel.

▪ Era un hilo débil, por supuesto, pero era el único que me quedaba, y toda chica de papel necesita al menos un hilo, ¿no?

▪ -¿Y cuál es el placer? -le pregunté.
-Planearlo, supongo. No lo sé. Las cosas nunca son como esperamos que sean.

▪ yo boca arriba y ella de lado, pasándome un brazo por encima y con la cabeza apoyada en mi hombro, mirándome. No hacíamos nada. Simplemente estábamos tumbados juntos bajo el cielo.

▪ El placer era observar nuestros hilos cruzándose, separándose y volviéndose a juntar.

▪ -Es una metáfora de la adolescencia -intervino mi madre-. Escribir en una lengua (la edad adulta) que no entiendes y emplear un alfabeto (la interacción social madura) que no reconoces.

▪ El Chuco no funcionaba con gasolina, sino con el inagotable combustible de la esperanza.

▪ Pensé que quizá a eso se refería cuando me dijo que echaría de menos salir conmigo. Sabía que se iría a alguna parte para tomarse otro de sus breves descansos de Orlando, la ciudad de papel.

▪ Quizá era rara, o quizá los raros éramos los demás.

▪ Es la más baja de todas las emociones posibles, sientes que estaba con nosotros antes de que existieras, antes de que existiera este edificio, antes de que existiera la Tierra. Es el miedo que hizo que los peces salieran del agua y desarrollaran pulmones, el miedo que nos enseña a correr, el miedo que hace que enterremos a nuestros muertos.

▪ Bueno, en algún momento dejarás de mirar el cielo, o uno de estos días mirarás hacia abajo y verás que también tú has salido volando.

▪ «Seguiré el hilo. No traicionaré tu confianza. Te encontraré.»

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